Felipe Juan Froilán de Todos los Santos tiene 24 años. Joven, sí, pero ya no es un pichoncito. Una edad más que suficiente para comportarse con un mínimo de madurez. Para saber cuáles son tus obligaciones, responsabilidades y lo que conviene o no conviene hacer en determinados momentos. Ahora bien, volvamos al principio de la frase. Hablamos de Felipe Juan Froilán de Todos los Santos. Nieto de rey huido, sobrino de monarca en ejercicio, hijo de la infanta con más mala leche. Cuarto en la línea de sucesión española, casi ná. Un privilegiado. Pero cuánto más privilegios tiene, peor. Más altivo, antipático, hedonista y pasota. A pesar de su edad, no consigue acabar la carrera en una universidad para ricos. Difícil, claro, cuando tus compañeros aseguran que te han visto allí 5 veces en tu vida. Tampoco da la impresión de que este año lo acabe, si es que no hay milagro, favorcito o hartazgo del centro en cuestión. No, porque Froilán sigue a la suya. Con un ritmo vital que de día es parecido al de una planta, todo el contrario que de noche: las quema todas. El rey de la juerga, del escándalo y de las riñas.
Ha vuelto a pasar. Esta misma semana, de hecho. Leemos en 'Informalia' que el hijo de Jaime Marichalar cerró la discoteca Kapital de Madrid la noche de martes al miércoles. Disfrutaba del desenfreno y del agua con misterio en un palco privado del recinto, acompañado por una chica sin identificar, quizás una conquista de las suyas. Todo iba más o menos bien hasta que a las 5 de la madrugada saltó la chispa de un nuevo conflicto que añadir a su colección particular. Una nueva bronca que estuvo a punto de acabar a bofetada limpia contra un grupo de turistas que, al encontrarse al personaje a su lado a aquellas horas intempestivas, quisieron llevarse un recuerdo del hallazgo. Pollo a la una, a las dos y a las tres.
A aquellas horas ya no quedaba demasiado público en la sala, pero eso no es ningún inconveniente para montar un numerito. Los turistas en cuestión cometieron la temeridad de sacar la cámara de sus móviles e inmortalizar la escena haciéndole fotos. Froilán, o Felipe, como le llamaba su acompañante, se enciende como una cerilla. Que narices cerilla, un lanzallamas, un volcán, una fiera. Se enfrenta al grupito y les exige que le den los móviles ipso facto. La cosa sube de tono, todo apunta a que de las palabras pasarán a las manos. "Felipe, ¡tranquilo!", le grita su amiga. Pero de tranquilo muy poco, porque los turistas le dicen que nones, que de tocar su teléfono ni hablar. No se sabe exactamente cómo, sin embargo, el incidente queda en un conato. No pasa de ahí, pero con este personaje nunca se sabe: en cualquier momento arma un dos de mayo.
Si en Froilán se aplicara tanto en la universidad como en los garitos, sería catedrático en varias materias. Pero de momento, el cum laude lo tiene sólo en fiestero... y pendenciero.