Hay una regla que dice "desayuna como un rey, come como un príncipe y cena como un pobre". Hace referencia a lo que se considera como buenos hábitos de alimentación, y estamos seguros de que los efectos de esta norma son muy beneficiosos. Ahora bien, un matiz: quien la formuló pertenecía en una época en la cual reyes y reinas, princesas o príncipes, comían de manera abundante, a la vez que exquisita y variada. Una creencia popular que ha resistido mal el paso del tiempo, porque algunos han sucumbido en alguna de las variantes. La principal: la de comer bien. Tenemos algunas muestras de este deterioro entre las casas reales actuales.
Todos tenemos en la cabeza las figuras de los reyes Felipe VI y Letizia, donde la calidad, el gustor y el cuidado palatal fue abolida durante muchos años. En su lugar, el pretexto saludable, que a pesar de tener su público no entraría, ni entrará nunca, en lo que se entiende por delicia. La época de Juan Carlos, los restaurantes de lujo (y algún kebab de autor) y los jamones de 12.000€ acabó, instaurándose la sopa de acelgas, las semillas y todo aquello con adhesivo eco en la despensa real. Era necesario que las herederas sacrificaran su cultura gastronómica por otras metas. Incluso contra la voluntad de toda la familia y de todo un colegio. No pudo, sin embargo, doblegar ni el internado de Gales, ni mucho menos la Academia General Militar de Zaragoza. Y eso supuso su fin oficial en materia dietética. Ha perdido a Leonor y Sofía de las manos. Y se han tirado en plancha a la grasa y la cosa bien golosa. Es el efecto rebote.
Dejemos, sin embargo, la realeza española, que bastantes preocupaciones tienen, y fijémonos en otras reinos europeos. No hablaremos de Dinamarca, aunque la princesa Benedicta, que acaba de cumplir 80 años, haya sido descrita oficialmente como una "cocinera terrible" en su biografía autorizada. No le haremos este regalo, no. En cambio, podemos hablar de una de las parejas que han protagonizado la actualidad mundial durante semanas, Guillermo y Kate Middleton. Los futuros reyes y actuales príncipes de Gales son un absoluto desastre. Ni cocinan, ni tampoco piden bien. Todo lo contrario: son adeptos a la otra secta gastronómica: la comida rápida. Podríamos decir "basura", pero hemos venido a hacer amigos. Desde la diferencia, pero con la fiesta en paz.
Según leemos en el 'Vanidades' mexicano, Guillermo tiene una debilidad: la pizza. ¿A quién no le gusta? Especialmente, una buena. Ahora, si empezamos con cadenas especializadas en llenar la masa con cosas, para entendernos, vamos mal. Pero todavía es peor cuando sabes que el royal inglés se la come en el sofá de casa, sin mucho cuidado ni higiene. "¡La pizza lejos del sofá!", le recrimina a menudo Kate, quien continúa el tratamiento de su cáncer. El matrimonio es también aficionado a todo aquello que pueda pedirse por teléfono o por app: ella opta por curries y recetas picantes; él es más de kebabs y pollo "peri-peri (sic)" de una cadena de restaurantes, los Nando's. En definitiva: que el ejemplo a sus tres hijos es pésimo. Jorge, Carlota, Luis, no miréis. Ah, y otra cosa: si algún día los invitan a comer, harían bien en llevar fiambrera. Llena, evidentemente. Eso o cocinar algo. Ay, qué tristeza en la barriga se nos ha quedado.