El Tratado de Paz de Versalles empieza a parecer un pasatiempo infantil al lado de la negociación del divorcio de Iñaki Urdangarin y la infanta Cristina. La escalada de las exigencias del vasco a la hija de Juan Carlos de Borbón son el principal obstáculo para poner punto final al culebrón de la disolución de un matrimonio que lleva demasiado tiempo haciendo aguas, y que Iñaki acabó de hundir con su aventura con Ainhoa Armentia. El hombre quiere ajustar cuentas con la Corona por todo lo que supuso el Caso Nóos, donde sirvió de cabeza de turco y de "tonto útil" que pagaba los platos rotos con cárcel, expulsión del paraíso borbónico y el oprobio popular. Todo eso tiene un precio, y es muy alto. Un dineral que, con la ley en la mano, tendrá que pagar la infanta de su sueldo galáctico. Pero vaya, que la fiesta la acabaremos pagando los contribuyentes, seguro. Ya encontrarán la manera de hacerlo.
Se habla 5.000, 6.000 o 25.000€ al mes, dependiendo las fuentes. También de una indemnización de 2 millones, la misma cantidad de la supuesta oferta que habría recibido de una editorial para abrir el melón en un libro de memorias. Propiedades, por descontado: el chalet próximo a la playa de Bidart, donde lo pillaron con Armentia, y el uso del polémico apartamento en La Pleta de Baqueira. Ainhoa no esquía, pero Iñaki no quiere renunciar ni a la nieve ni al lujo gratis. Un último privilegio es también uno de los más polémicos: la escolta asignada por el Ministerio del Interior. Hasta 4 policías que velan por su seguridad, y que Zarzuela, Cristina y el Gobierno le quieren retirar tan pronto como firme los papeles.
Los amigos con pistola de Iñaki: seguridad, espanta-fotógrafos y chicos de los recados
La perspectiva de perder a los guardaespaldas inquieta mucho a Urdangarin, que no quiere dar su brazo a torcer. Tiene poderosos motivos para hacerlo: le ofrecen seguridad, lo protegen de la prensa e impiden ser fotografiado mientras disfruta de la vida con su novia plebeya y divorciada y, como recuerda Vanitatis, es como tener un Glovo por la cara. Le hacen recados, le llevan comida, le hacen la vida confortable y fácil. Ordeno y mando, como ha aprendido en Zarzuela durante 24 años. La infanta Elena los enviaba a comprar lana para tricotar, mientras que a su futura exmujer Cristina le subían pizzas al piso de Ginebra. La conexión con la escolta es tan íntima en el caso de Iñaki que ha llegado a considerarlos como su cuadrilla. Hace deporte con ellos, van de bares en Vitoria y seguro que lo han consolado en más de una ocasión. Son los amigos con placa y pistola de Iñaki.
Los escoltas se alían con Urdangarin y ponen trabas a su retirada
Y como buenos amigos, también son sus aliados. Van a una defendiendo intereses comunes. Por eso ni los propios escoltas ni sus responsables quieren firmar el documento que el Ministerio necesita para empezar el proceso de retirada del servicio de seguridad. Prima más la amistad que un escenario laboral perjudicial para los implicados: aunque Urdangarin pierda el privilegio pagado por los españolitos (8.000€ al mes), ellos no perderán el trabajo. Los asignarán a otros miembros de la realeza. Aun así están dificultando los trámites necesarios para acabar con la prebenda, cosa que provocaría que el protegido tuviera que pagar de su bolsillo un equipo de seguridad que, eso sí, no dispondría de la manga ancha que sus policías de confianza. Vaya, que no podrían cortar una carretera para facilitarle el paso con su vehículo, por ejemplo. Sería un cambio caro y no tan eficaz, y el downgrade no existe en la mentalidad del personaje. Él siempre mira arriba, muy arriba.
La partida sigue en marcha, pero tiene fecha de caducidad. El 5 de junio, cuando Irene Urdangarin cumpla 18 años. A ella, por cierto, también le tendrían que retirar la escolta, como al resto de sobrinos (excepto a Froilán, claro). Atención a la paradoja: el padre infiel y expulsado de la familia con gorilas, y la hija que más ha defendido a su madre Borbón sin ellos. Es el Urdanga style.