Tres meses después del terremoto han vuelto a encontrarse en persona. La última vez que Iñaki Urdangarin y la infanta Cristina estuvieron juntos fue por un motivo nada amistoso: ella quería el divorcio a raíz de las imágenes del vasco con Ainhoa Armentia en una playa de Bidart. Urdangarin tuvo que escaparse a Ginebra a toda pastilla para pagar las consecuencias del escándalo amoroso del año en el universo monárquico español. Era el final de casi un cuarto de siglo de matrimonio. El peor final, de hecho, para una historia de la que sólo pueden sentirse orgullosos de una cosa: sus hijos.
La descendencia de los exduques de Palma es la que mantiene los lazos en esta familia. Si no fuera por ellos, el desenlace y el futuro de Iñaki hubieran sido mucho más radicales. Pero hay cuatro personas a las que no quieren dejar tiradas. Una de ellas es motivo de orgullo y la excusa del reencuentro que se ha llevado a cabo esta semana en Barcelona: Pablo Urdangarin. El joven jugador de balonmano celebró el domingo un nuevo título de Liga para la sección culé, en el pabellón del Anaitasuna en Pamplona. Allí estaba Iñaki siguiéndolo muy jubiloso, mientras Pablo saltaba y lo daba todo en el vestuario. Tres días más tarde, el equipo ha ofrecido el título a la afición en el Palau Blaugrana. Y entre los asistentes estaba la familia Urdangarin Borbón, fríos y distantes, pero junta.
La ocasión hizo romper la dinámica impuesta por Cristina, que no quiere verlo ni en pintura a menos que sea imprescindible para acabar de partir peras. Querían apoyar a Pablo, que está viviendo sus primeros éxitos como jugador de élite (aunque juegue de forma testimonial y su ficha real sea en el 'B'). El encuentro en las instalaciones del Palau Blaugrana fue de una gélido, como recoge la revista '¡Hola'! en exclusiva. Sentados en las graderías pero en filas separadas, sin dirigirse la palabra ni tampoco mirarse a la cara, la tensión era más que evidente. No es que no haya marcha atrás, es que Cristina lo tiene cruzadísimo. Y es natural.
A la cita no faltó la pequeña de la casa, Irene, de 16 años, ni Miguel, de 19. No así el mayor, Juan, que hizo novillos. Todos compartieron hotel y desayuno, pero viendo cómo fueron las cosas en el pabellón culé, seguramente Iñaki se sentó solo a metros de distancia. En el recinto deportivo se lo veía totalmente aislado, muy concentrado en las acciones de Pablo sobre la pista. Así pasaba el trance de una forma mucho más entretenida, recordando sus años dorados en el Barça, justo antes de entrar a formar parte de la Familia Real... y todo lo que vendría después. Una pesadilla.
Familias desestructuradas, la marca de la casa borbónica. Quizás tendrían que cambiar el escudo de armas y hacer alguna alusión al respecto.