Iñaki Urdangarin es un personaje escurridizo. Es difícil, por no decir prácticamente imposible, encontrar imágenes actuales del exmarido de la infanta Cristina. Todavía menos con su nueva pareja Ainhoa Armentia. Extraño: son famosos, su domicilio conocido, Vitoria-Gasteiz una capital de dimensiones reducidas... Hasta ahora había disfrutado de la protección de escoltas de Casa Real, pero con la separación definitiva, agur a los "amigos con pistola". Sin embargo, su exposición a los paparazzi continúa muy limitada. Solo hay una grieta: los partidos de balonmano de su hijo Pablo con el Fraikin Granollers. Los que juegan como visitantes y cerca de Euskadi, a ser posible. Aquí siempre puede sonar la flauta.
Las agencias de prensa se han convertido en asiduas a los partidos del equipo vallesano en la Liga Asobal. El resultado importa un rábano, incluso la participación del sobrino del rey Felipe VI. La chicha es encontrar al padre en la grada y analizar cada gesto, como pasa con Cristina con los duelos que tienen lugar en la pista del Granollers. También los de la novia retornada, Johanna Zott. El modus operandi es bien conocido por la prensa, pero Iñaki es astuto: los despistó cuando fue con Ainhoa a uno de estos compromisos, por sorpresa y con la intención de que rompiera el cordón sanitario impuesto por Cristina respecto a "la otra". ¿Cómo? Haciendo un desplazamiento más lejos de lo habitual. Cogiéndolos por sorpresa. Cosa que no ha pasado este fin de semana en Santander.
El Granollers se enfrentaba al Sinfín y los aplastaba sobre la pista: 13 goles de diferencia para los catalanes. Pablo, que no sale de titular, aportó 4, ayudando a consolidar la tercera posición de la clasificación de Liga. Cada jugada del extremo royal era examinada por su progenitor y leyenda deportiva. Tenía buena cara, reía, departía con el público del pabellón e incluso admitía algunos selfies de fanáticos y fisgones. Otro elemento que confirma su buen rollo era responder a los informadores, sin dar contenido pero elegante. En todo caso, la estampa resulta llamativa por otro motivo. Y este es el proceso de envejecimiento acelerado que está sufriendo. La tensión de la cárcel, la infidelidad descubierta y el divorcio de dos años pasan factura. Ya no es el que era.
Iñaki, de 56 años, está más delgado y más ajado que el pasado junio, durante la mayoría de edad de la hija Irene en Ginebra. Es una obviedad. Además, empieza a vestir de una manera mucho más, como decirlo, vitoriana de toda la vida. Como los eternos paseadores que suben a la estatua de San Prudencio cada mañana. Digamos que no rejuvenece, no. Y tiene otro problema creciente: la vista le falla. Las gafas forman parte de su día a día, tanto de cerca como de lejos, y la montura no sería la más juvenil. Parece un jubilado. Cosa que, en realidad, es en lo que se ha convertido después de partir peras con la Borbón. Uno bien pagado.
IÑAKI URDANGARIN DESPUÉS DEL DIVORCIO:
IÑAKI URDANGARIN ESTE PASADO VERANO: