Ha costado sangre, sudor y lágrimas, pero ya tenemos el desenlace más esperado. Al menos para las partes en conflicto: la infanta Cristina e Iñaki Urdangarin están divorciados. Las previsiones, finalmente, se han cumplido: este final del mes de enero era la línea roja que no podían volver a atravesar, sobre todo para la estabilidad mental del exmatrimonio, de sus hijos y seguramente también de Ainhoa Armentia, la novia del exduque de Palma. La sustituta en el corazón de Iñaki ya había hecho sus deberes hace tiempo, firmando la separación definitiva de su respectivo marido. Pero claro, había mucho menos en juego. Un divorcio con un Borbón es una partida de ajedrez que se puede hacer eterna. Urdangarin ha sudado la gota gorda para obtener una compensación a la altura de su ambición. Ya la tiene. O no, según quién te explique el cuento.

Lo decimos porque sobre la negociación de las condiciones del convenio se ha dicho absolutamente de todo. Hablamos de dos pagos en metálico por valor de 2 millones de euros: uno por no publicar un libro de memorias explosivo, y otro por firmar el documento definitivo. También de una pensión que va entre los 6.000 y los 25.000 euros mensuales, el uso y copropiedad del famoso inmueble de Bidart e incluso escoltas pagados por Cristina. Como si hubiera ganado el escaparate de 'El Precio Justo', igual. Todo eso ha sido relatado por varias fuentes periodísticas, pero claro: faltaba la versión royal oficial, a través de la revista '¡Hola!'. Aquí todo cambia:  "Ni indemnización ni pensión, acuerdo económico para cubrir los gastos comunes de sus hijos, una cantidad que variará según las necesidades, y la propiedad de Bidart seguirá siendo de doña Cristina (única propietaria), aunque cuando sus hijos acudan a esta localidad francesa para estar con su padre, Iñaki también podrá usarla". Y de los escoltas, ni media palabra. Vaya, que se ha marchado casi con dos sugus y una colleja.

Sea lo que sea lo que finalmente han firmado, lo que es oficial y no rebatiremos es que la disolución del matrimonio es total a efectos legales. Cristina, con el anillo de matrimonio en la mano como ha hecho desde 1997, y parece que seguirá haciendo por alguna razón interna que no entendemos demasiado, se reunió con Iñaki a escondidas en Barcelona hace algunos días, en una "fecha sin determinar, pero eran ya dos personas libres a principios de enero". Lo hacían solos, en secreto, en una notaría. La revista explica que "aunque pensaron en divorciarse en Ginebra para evitar filtraciones durante un tiempo, el procedimiento se llevó a cabo en la Ciudad Condal, donde vivieron su historia de amor, crearon su primer hogar y nacieron todos sus hijos. Optaron por el divorcio notarial que es la vía más rápida para poner fin a la unión matrimonial". La rapidez no sería exactamente lo que ha caracterizado el desenlace, pero aceptamos pulpo como animal de compañía. Presentado el convenio regulador y aceptado por todas las partes, estamparon la firma final en la escritura de divorcio. Final del partido.

Boda de Iñaki Urdangarin y la infanta Cristina / GTRES


La revista también aporta un detalle íntimo interesante que remarca el carácter medio clandestino de la firma: la hicieron sin la presencia de sus 4 hijos. Aunque tuvieron que expresar su consentimiento por escrito a las medidas impuestas, no hacía falta que asistieran presencialmente. Estuvieron representados por un apoderado, ahorrándose una escena dolorosa. Hay que pasar página. De hecho, hay quien, como Pablo Urdangarin, ya lo hacen. A pesar de la resistencia e incomodidad de Cristina con respecto a la relación futura de sus descendientes con Ainhoa Armentia, el jugador de balonmano del Granollers ya la conoce personalmente. Su padre se encargó de preparar una 'encerrona' para hacerlo realidad. Ainhoa ya cuenta, también para Claire Liebaert: la exsuegra se había negado a tener relación con ella durante casi 2 años, pero ha claudicado. Y que se haya divorciado de Cristina es el motivo principal. Ahora sí. Empieza una nueva vida. Enhorabuena.

Iñaki Urdangarin y Cristina en Vitoria-Gasteiz con Pablo al fondo / GTRES