La infanta Cristina ha pasado a la ofensiva. Que tiemble Iñaki Urdangarin. El mismo día que casi toda la tropa borbónica celebraba la puesta de largo de su futura reina, la siempre bien informada (e informadísima) Pilar Eyre dejaba la gran bomba sobre el conflicto de los exduques de Palma: se paraba la firma del divorcio. La Borbón volvía a plantarse y dilataba todavía más un culebrón que parecía atado, bien atado y amortizado. Los detalles estaban claros: pensión de 5.000€, escoltas, casas, viajes... Solo quedaba la rúbrica de la hermana del rey, pero el documento continúa en un cajón, y el anillo de casada todavía en su dedo. Sigue siendo su marido porque no lo suelta del todo. Y el obstáculo tiene nombre de mujer: Ainhoa Armentia.
Cristina está dispuesta a hacer de Iñaki un mantenido, pero no a que su sustituta plebeya tenga nada que ver con su vida. Es por eso que se opone de manera radical a que sus hijos tengan contacto regular con la vasca, así como que la parejita pueda pasar por el altar y volver a casarse. Ni muerta. Es capaz de seguir el ejemplo que ha visto en casa: su padre Juan Carlos y su madre Sofía hace décadas que están casados, pero hacen vidas muy separadas. Especialmente él, como sabe media humanidad. Eyre:“Asistir en directo en las revistas a la evolución de la historia de amor de Iñaki y Ainhoa, ver sus gestos cariñosos y cómplices, la pasión, las risas, el cariño que los anuda el uno al otro, es como echar sal en su herida a diario. Pero la imagen que quiere evitar a toda costa, la que se ve incapaz de soportar, es la de sus hijos interactuando con la que ella considera culpable de la ruptura de su matrimonio. Y va a hacer todo lo posible por impedirlo”.
El puñetazo es contundente e irracional. Pero también inquietante: ¿quién quiere mantener un vínculo basado en la desconfianza y el odio, cuando tiene la oportunidad de enterrarlo? Pues alguien que no procesa bien el dolor, que es capaz de retorcerlo hasta el extremo. Hasta límites surrealistas, de hecho. Y es por eso que lo que ha pasado este lunes es una buena metáfora: ha estado en Catalunya, la tierra donde construyeron su historia de amor y dolor, y en la sede máxima del surrealismo: la Fundación Dalí en Figueres. La infanta ha sido invitada a la presentación de la exposición 'Dalí. Crist de Portlligat'. Un Cristo crucificado, como está haciendo ella con Iñaki. El mensaje es explícito.
Risueña y aparentemente serena, ha enviado otro recado con un broche muy conocido, 'El ojo del tiempo'. Se trata de la pieza de joyería que Dalí creó para su musa Gala en 1949 y manufacturada en el 51 por dos profesionales de la orfebrería como Alemany y Ertman. El ojo y el reloj son dos de los elementos más representativos de la obra del artista gerundense, y sirven muy bien para ilustrar la historia personal de la royal. Especialmente, la lágrima que mana del globo ocular. Llantos, rabia. Y ahora, la venganza.