La infanta Elena fue la primera hija de la relación de Juan Carlos I y la reina Sofía, y no precisamente la más querida. Los eméritos se casaron por obligación y mantuvieron rápidamente relaciones íntimas para dar a luz al futuro rey de España. Sin embargo, el primer nacimiento fue una niña para enfado del exmonarca. El hijo de Juan de Borbón estuvo a punto de cambiar la Constitución para no meterse en la cama con su mujer nunca más, pero creyó que su hija mayor no estaba preparada para heredar el trono. La veían como una chica sin capacidades.
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Elena era infanta, pero tampoco pudo ser feliz y hacer lo que quisiese. Su ilusión era convertirse en bailarina, de hecho sus padres la tuvieron que apuntar a extraescolares para que estuviese entretenida y no diese mucha guerra. Tenía unas órdenes que cumplir, pertenecía al apellido Borbón y debía comportarse como tal, nunca sería una mujer anónima. Para colmo, en su caso, Elena cumplió con lo que le pedían sus padres y se casó con un aristócrata, pero que también le impuso sus normas. Quedó relegada a la figura del hombre. La obligaron a vestirse como él quería. Eso no era amor, y tardó poco en darse cuenta que ella no estaba enamorada.
La infanta Elena nunca pudo tener su propia personalidad
Cuando se casó con Jaime de Marichalar, los encuentros con sus amigas eran menos frecuentes. Envidiaba mucho a sus compañeras porque podían ir vestidas como quisieran, de la forma más cómoda, o a la última moda. El exduque le decía cómo tenía que vestirse. "¡Qué gusto, hija! Yo me pongo cualquier zapatilla y Jaime me mata. ¡No puedo ni llevarlas en casa!”. Pero es que la infanta Elena ya arrastraba este problema desde su infancia. La reina Sofía también la obligaba a vestirse como ella quería, como creía adecuado.
"Juliet Mike (Jaime de Marichalar) fue y es un caballero. No hubo flechazo, pero ella se fue enamorando". Y añadió: "Ella se casaba con un Marichalar, el hijo de la austera doña Concepción Sáenz de Tejada y Fernández de Bobadilla y se emparentaba con una antigua casa nobiliaria soriana. Todo sin estridencias y en su sitio, como le gusta a la alta sociedad española. Y, además, no tenía pasado. La Reina estaba encantada. Esa misma aristocracia, que nunca la había mirado con buenos ojos cuando llegó de Grecia, daba ahora su aprobación al matrimonio de su hija”.
Y añade esta amiga: "Ella siempre había sido la infanta del pueblo llano. Pero desde que se casó fue perdiendo la espontaneidad, como la que mostraba cuando salía a cenar a cualquier tasca en vaqueros. Jaime, tal vez de manera involuntaria, la fue separando de su grupo de siempre. Él quería formar parte de la beautiful people, le gustaba la pasarela, se permitía frivolidades como ir en patinete por la calle Serrano, mientras ella quería llevar una vida más hogareña. De pronto tenía la agenda repleta de actos. Aparecía cada vez más a menudo vestida de alta costura. Guapísima y rompedora. Y empezó a olvidar cumpleaños, a faltar a encuentros... Antes estaba más atenta a los problemas ajenos y empezó a tener demasiados propios. Son ciclos naturales", dice casi justificándola.
La infanta Elena tuvo que ponerse en tratamiento para quererse ella misma sin depender de nadie.
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