Todo está a punto para celebrar los 60 años de una de sus antiguas inquilinas: la infanta Elena. La primogénita de Juan Carlos y Sofía, a la que usurparon la corona de reina por machismo y desprecio paterno, estrena nueva década en un momento familiar convulso. Pero por una vez, los protagonistas de los alborotos y escándalos no son los sospechosos habituales: ni el emérito, ni Froilán o Victoria Federica, ni siquiera la rama Urdangarin. No, ahora todas las miradas están clavadas sobre los pluscuamperfectos Felipe y Letizia. También esconden porquería y de medidas gigantescas. Un nombre propio, Jaime del Burgo, una historia de amor y adulterio de la que se habla en todo el mundo, y una diana sobre Letizia, la odiada, y Felipe, cómplice de la destrucción de la familia. Elena, Cristina, Juancar e incluso Froilán hoy entrarán hinchados por la puerta de palacio.
La idea es celebrar una comida a la que, con toda probabilidad, no asistirá ni Leonor, ni Sofía, ni Felipe, ni Letizia. Una nueva evidencia del abismo que los separa, aunque ahora la tortilla se haya girado repentinamente. La semana no se está dando nada mal, porque el pasado lunes tuvo su primera fiesta para conmemorar su día. Se trata de un almuerzo en un restaurante próximo a la Zarzuela, sede habitual de este tipo de acontecimientos, como la comida de Navidad de los trabajadores de la casa a la que se presentó, sin invitación una vez más, la reina Sofía. La griega lo hace cada año. Un gesto supuestamente amable, pero que esconde una intención oculta: la de intimidar, la de marcar territorio, la de hacerse ver. Una costumbre que ha heredado su hija Elena.
El digital 'Vanitatis' explica detalles de esta comida que duró 3 horas y en la que participaron un centenar de personas venidas de todas partes de España. Se trataba de policías nacionales que han desarrollado trabajos de vigilancia de la señora a lo largo de su vida. Gente que la conoce bien, muchos la han sufrido, provoca pánico. El maltrato de la Borbón a los guardaespaldas es público, las malas contestaciones, los gestos de desprecio e incluso los exabruptos forman parte de su leyenda. Ella es suave como un peluche, ya saben. 'Vanity Fair' destapó, por ejemplo, la bronca que le pegó a un escolta por cambiarle la emisora de radio del coche. O aquel incidente en un parking, cuando se enfureció con un empleado porque no cerraba la puerta del coche a la velocidad que ella deseaba. Tampoco es menor asignarles ocupaciones como "pasear al perro, ir a comprar, e incluso han tenido que ir a Zarzuela a buscar unos zapatos". Están hasta la coronilla de ella, pero después mira: le organizan un sarao. La comida del miedo.
Escribe el digital: "No fue una sorpresa, y la Infanta acudió acompañada de una de sus mejores amigas. Estaban convocados alrededor de un centenar de agentes del Cuerpo Nacional de Policía, escoltas que han trabajado y acompañado a Elena de Borbón a lo largo de su vida. Llegaron policías de todas partes, desde Granada hasta Zaragoza. Fue emocionante, precioso, ver a antiguos comisarios, conductores, todos allí rindiéndole homenaje, ella estaba muy emocionada". Elena, evidentemente, no tuvo ningún gesto con los organizadores. A pesar de ser millonaria y futura heredera de una fortuna, "los asistentes se pagaron su viaje y algunos se marcharon justo al terminar la fiesta. Otros llegaron en autobús, muchos en sus propios vehículos y los más mayores, porque había incluso algún octogenario, fueron acompañados por los suyos". Ahora bien, también hubo ausencias. No todo el mundo fue adulador con la infanta: "Faltaron algunas de las personas que más cerca han estado a lo largo de su vida. Tiene un carácter duro: cuando está contenta es genial y cuando se enfada, se enfada... No estaban todos". Lo que es extraño, que alguien acudiera al ágape. Vaya papelón.