No son buenos tiempos para la infanta Elena. Su entorno familiar, convulso por naturaleza, está más alborotado que nunca. Hay malestar con la sangre de su sangre: especialmente con Victoria Federica, a la que da por perdida después de que haya abandonado los estudios universitarios para dedicarse exclusivamente al mundo de las redes, al postureo, a la fiesta y a la moda. Elena y Jaime Marichalar tienen dos fracasos por hijos: cuando menos, fracasos escolares. Y si las criaturas no estudiaran, cómo pasa con otros miembros del universo borbónico, pero fueran currantes o discretas, la película sería diferente. Y no, no es así. De hecho, Elena recibe llamadas de su hermano rey para reprocharle el comportamiento de sus descendientes.
La infanta y Vic, según se ha explicado con mucho detalle durante las últimas semanas, no se hablan. Elena está muy decepcionada y molesta. Victoria, mientras tanto, hace como quién oye llover. Incluso osa enviarle mensajes sutiles a través de su vestimenta. Por ejemplo, luciendo sudaderas de estilo universitario a los pocos días de hacerse público que ha dejado la facultad y que su madre se suba por las paredes. ¿No quieres caldo, mama? Pues taza y media. La provocación está servida. La hija de Juan Carlos tiene pocos motivos para sonreír. De hecho sólo lo hace cuando practica su afición favorita. Una que también le recordará a su hija, aunque ésta también la ha abandonado: la hípica.
Elena y Victoria Federica ya no comparten ni la afición por los caballos y la competición
Érase una vez que Victoria Federica quería seguir la estela de su madre en este deporte, el de la equitación. Le regalaron una yegua, la Dibelunga, que quedó salpicada por otra de las costumbres familiares de los Borbones: la sospecha de la corrupción. Anticorrupción investigó cómo se pagó el animal en medio del escándalo de las tarjetas black, los paraísos fiscales y los testaferros del abuelo huido. Con Dibelunga, Vic ganó alguna competición, cosa que llenaba de orgullo a la jinete Elena. Pero la hija también ha acabado pasando de esta práctica, y sólo se acerca a caballos para hacerse fotos en Instagram y exclusivas de revista. Ni una alegría, tú. Su madre sigue montando a caballo sola, sin la familia. Este fin de semana ha vuelto a hacerlo en una competición. Y aunque de vez en cuando sonreía a caballo, con los pies en el suelo el gesto era otro.
Malas caras de la infanta Elena en medio de la pelea con su hija
Malas caras. Dirán que no es ninguna novedad ver a la infanta con rictus de pocos amigos, ni siquiera mientras monta a caballo. Hace algunas semanas protagonizó un episodio muy feo pero muy ajustado a su imagen pública, peleándose con una periodista a gritos, exigiendo que la trataran de "Doña", etcétera. No, Elena no será nunca el emblema publicitario de los osos amorosos ni del Mimosín. Ella es más dura, más arisca, más agria. Y preocupada y fastidiada no tiene manera de disimularlo. Las instantáneas del fin de semana hablan por sí mismas. La alegría de la huerta no lo será jamás. Y con determinados estilismos, todavía menos. La mala leche luce mucho más.
Dicen que el perro es el mejor amigo de los humanos y que con ellos el carácter se endulza. Con Elena, sin embargo, la cosa es diferente: es la mujer que susurraba a los caballos para sacudirse los demonios internos.