Madrid acogió el viernes un bodorrio aristocrático. Un primo de Tamara Falcó pasaba por el altar, Felipe Matossian Falcó, uniendo su destino a Ina Morenés. La marquesa, evidentemente, no se ha perdido el enlace, y ha intentado transmitir amor y alegría al lado de su marido Íñigo Onieva, a pesar de llegar por separado. El acontecimiento era de campanillas, de aquella sociedad madrileña VIP y rancia, con presencia incluso de una Borbón: la infanta Elena. Asistía al enlace, afortunadamente ya sin la bota ortopédica que lucía tras sufrir un accidente con su caballo. Tampoco la reciente intervención para eliminarle las cataratas de uno de sus ojos ha impedido que se presentara a la ceremonia religiosa. Parecía alegre y divertida a la salida del oficio, entre amigos e iguales. En su salsa.
La cita tenía interés mediático por la presencia de la Falcón, pero Elena era un premio extra que los informadores allí desplazados no han querido desperdiciar. Mientras su hija daba la nota en un vagón del AVE, la siempre dulce y amable infanta, según Terelu Campos, intentaba zafarse de las preguntas utilizando el manual paterno, el de la campechanía. Chiste fácil y obvio, "yo no me caso, yo no me caso", y corriendo a refugiarse a su coche, con su escolta. En un primer momento, con una mueca parecida a una sonrisa, a una carcajada cómplice. Era, en realidad, una máscara para intentar contener su mala leche habitual y su desprecio por aquellos que, cosa inaudita, acostumbran a hacerle masajes y reírle las gracias.
Las preguntas de los reporteros no eran nada del otro mundo, pero a cada cuestión la caldera interna de la Borbón iba añadiendo presión y temperatura. Podía reventar en cualquier momento. Ha aguantado todo lo que ha podido durante el corto trayecto hasta la puerta del coche, pero al tocar la superficie del vehículo su organismo se ha relajado. Cuerpo y mente, los dos al mismo tiempo, transformando la sonriente infanta en un ser que refunfuña, un pitufo gruñón. Estaba hasta la coronilla de preguntas, pero no quería armar un nuevo escándalo. Sin embargo, le ha salido del alma un "madre mía..." mientras torcía el rostro y, por arte de magia, volvía a ser ella, la de siempre. La infanta Elena, la de pocas bromas.
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No necesitemos a ningún experto que interprete el lamento de la infanta: básicamente es 'qué coñazo, qué pesados, me quiero ir'. Eso es lo que dice Elena cuando piensa que nadie la oye, pero la han vuelto a cazar. La prensa le provoca repulsión, y solo cambia el rictus cuando el que tiene delante es de su cuerda... y tiene un nombre altisonante. Con los mindundis que hacen la calle para los poderosos de las empresas, ni agua. Qué elegancia la de los Borbones, si es que se hacen querer. 'Madre mía', Elena.