Hace 3 meses que Irene Urdangarin llegó a Camboya para hacer de voluntaria. La benjamina de la infanta Cristina y su exmarido Iñaki comenzaba una profunda experiencia vital dedicando su tiempo y esfuerzo a los más necesitados. Este país del Sureste asiático, golpeado por los estragos de una dictadura terrorífica y de una superpoblación de minas antipersonales descomunal, era el escogido para desarrollar este camino solidario. Un reto mayúsculo, alcanzado por Irene tras otro proyecto personal de importancia superior: sacarse el carnet de conducir. Este es el agitado año sabático de la joven de 18 años, que ha aparcado sus objetivos académicos y laborales para encontrar cuál es su lugar en la vida.
Este relato es la versión oficial, cortesana y supinamente sesgada que circula sobre la protagonista, pero la realidad es otra. Una en la que no hay épica, ni superación, ni valores. Un envoltorio muy pomposo, pero en el interior todo está vacío. Impostado. Una farsa. Una película que hemos visto muchas veces, que sabemos cómo acaba, pero que constantemente intentan venderla de otra manera. ¿Por ejemplo? Sus hermanos, Juan y Miguel. O el más flagrante, el primo Froilán. El hombre modélico, redimido lejos de los excesos y aficiones poco edificantes que lo hicieron famoso... pillado a las 11 de la mañana de un domingo saliendo de un after en una zona conflictiva de la periferia de Madrid. Con Irene pasa igual: querría ser Victoria Federica 2.0. Una vaga más pendiente de las redes sociales y de la vanidad que de trabajarse un futuro. Total, ya lo tiene resuelto: la herencia de Juan Carlos es infinita.
Después de que Irene decidiera abandonar los estudios, y de comprobar cómo se acercaba peligrosamente a su prima influencer, Cristina puso en marcha una operación de marketing al estilo borbónico. Es decir, envió a la criatura lejos de España y de las tentaciones, viajando a un lugar exótico con un pretexto ideal de cara a revistas como 'Hola!', cronista oficial de la dinastía: la cooperación humanitaria. Bajo este epígrafe el relato rosa es de lagrimita: "A sus 18 años, sus deseos de explorar mundo, pero también de mejorarlo, le hicieron volar a miles de kilómetros de casa". "Irene es una más en el lugar entre otros jóvenes, algunos de ellos también españoles, y profesionales que han encontrado su camino en la ayuda humanitaria", "aunque ha habido varios acontecimientos familiares, como la boda de Teresa Urquijo y José Luis Martínez-Almeida, su tiempo es ahora para los más desfavorecidos". Le quedan dos minutos para la beatificación. El problema es que la publicación incluye unas imágenes que, la verdad, no dejan nada bien en la Urdangarin.
Los lectores que hayan pagado por la revista encontrarán un detalle que desenmascara a la auténtica Irene Urdangarin, una niña 'pija' haciendo un papel en medio de una misión humanitaria. Da igual que se llame Camboya, Camerún, Ciempozuelos o Plutón; ella seguirá viviendo como si estuviera en Palma veraneando por la face con la yaya Sofía: con menorquinas. No tenemos nada en contra de este calzado, todo lo contrario. Pero que no es el más adecuado para ayudar a víctimas de los horrores de la guerra, seguro que no. Se trata de ir de aquí para allá, de cargar, de subir, bajar, empujar. De no parar quieto sobre un terreno lleno de piedras, de objetos diversos, irregularidades e incluso de sorpresas invisibles. Ni son cómodas, ni protegen, ni favorecen el trabajo. Es decir: postureo, tonterías y compromiso onírico. Ha ido allí a pasar el tiempo y volver con unas cuantas anécdotas para explicar a los colegas. Y ea. Es el Borbón style: cambian las generaciones, pero no el modus operandi.