Juan Carlos I es un hombre que pasará a la posteridad. De eso estamos bien seguros. La cuestión es determinar por qué razón: mientras la tropa cortesana y monárquica se preocupan en la teoría del salvador de la patria y el padre de la democracia, cada día, hora y minuto que pasa este relato se evapora dejando el verdadero sedimento de su legado: un payo|tipo con una barra sideral, adúltero, codicioso y tacaño. La Fiscalía española ya puede ir archivándole todas las causas que quieran, que no taparán la realidad. De hombre modélico, ni su sombra.
El Confidencial publica una historia de la que no se había hablado nada, pero que resume a la perfección la figura de Borbón. Nos remontan al año 2006, y a una fotografía que se ha hecho muy popular sobre la vida del emérito escondido en Abu Dhabi: una en la que lo vemos bajando de un avión de la Fuerza Aérea española en el aeropuerto de Stuttgart, recibido con todos los honores como Jefe del Estado y en la que vemos, a unos metros de distancia, a su examante Corinna Larsen. La versión oficial, o mejor dicho, la que hicimos tragarse a la opinión pública, era que el rey visitaba Alemania por motivos relacionados con el Mundial de fútbol de aquel año. Ahora sabemos que era mentira. De hecho se trataba de una visita privada pagada por los contribuyentes, como siempre, con la finalidad de irse de compras. Bien, de compras. Juan Carlos, a pesar de amasar una fortuna obscena y oscura, es bastante tacaño. ¿Sea como sea, qué era lo que quería adquirir? Un coche. Un cochazo. Uno de millonarios. Un Maybach 57 S, uno de los automóviles más exclusivos del mundo valorado en 495.000€.
EXCLUSIVA | Cuando Juan Carlos I se subió a un Falcon y puso un pangolín en su Maybach de 495.000 euroshttps://t.co/pmREpeM3G8
— El Confidencial (@elconfidencial) February 8, 2022
El digital ofrece todo tipo de detalles de este viaje tan particular. Juan Carlos visitaba la fábrica de Daimler, propietaria de esta marca y de la Mercedes, reuniéndose con sus máximos dirigentes para acabar de cerrar la transacción y escoger los acabados de su vehículo de 612 caballos y 6 metros de longitud. "Su interior era tan grande que los ocupantes traseros case podían recostarse como si estuvieran tumbados en una hamaca", explican. Borbón lo decoró con madera y plata, llenándolo de ceniceros y rematándolo con un motivo propio de la realeza: un pangolí de plata hecho a mano valorado en 11.000€. El vehículo fue entregado este mismo año en Barcelona, durante la entrega de los premios Laureus, donde también vimos la Corinna muy cerca de Borbón. Lo recogió en el Circuito de Catalunya, donde dio unas vueltas para probarlo. Después lo trasladaría a la Zarzuela, formando parte de su flota privada. La sorpresa es que no lo pagó: los alemanes le querían regalar para utilizarlo como reclamo publicitario, pero a Juan Carlos eso de mantenerlo le parecía demasiado caro. De hecho intentó que Patrimonio Nacional se ocupara de todo, pero finalmente consiguió que le cedieran el coche y los gastos corrieran a cargo de la marca. Él sólo tenía que poner la gasolina|bencina. El negocio del siglo, una vez más.
La resolución de la historia es sensacional: los alemanes, cuatro años más tarde, recuperaron la cordura. El negocio era una ruina. Juan Carlos como imagen de marca era una nulidad muy cara. Y le reclamaron que devolviera el regalo. ¿Qué hizo en Juan Carlos? Molestarse mucho, aquello era una ofensa. Lo sentía|oía como sede, igual que de otros coches conseguidos por vías similares y que, explica el digital "había traspasado luego a amigos y empresarios en cambio de elevadas sumas de dinero sin que legarán a aparecer en ninguna relación de activos del Estado". Lo tuvo que devolver|volver a sus propietarios, claro está, sin poder hacerles 'la pirula'. Pobrecito.
Juan Carlos I viajó ese día a Stuttgart para elegir el color y el equipamiento interno de su nuevo coche, un Maybach 57 S, uno de los automóviles más exclusivos del mundo, con un precio de venta en concesionario a partir de 495.000 euroshttps://t.co/pmREpeM3G8 pic.twitter.com/0fQQVB4u5T
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Miguel Ángel Revilla recordaba hace unos días que Iñaki Urdangarin "era un jeta". Normal. Tuvo el mejor maestro. Su suegro.