Juan Carlos I es un hombre afortunado, nunca mejor dicho. Rey de España por 'accidente' y por la gracia del Caudillo, y poseedor de una inmensa fortuna gracias a sus amigos. La canción favorita del emérito debe ser aquella de Roberto Carlos, "yo quiero tener un millón de amigos". En su caso, eso si, el grupo es el que tenía los millones. Millones de euros. Y no tenían ningún problema en donarlos, "regalarlos" o incluso perdonarlos con alegría. Lo que hiciera falta para hacer feliz a Juanito, que ahora bien, una vez jubilado está viviendo un calvario por las revelaciones derivadas de aquellas amistades "peligrosas", tal y como las definía Sabino Fernández Campo, jefe de la Casa Real durante buena parte de su reinado.
De la nómina de compis del Borbón sénior, aquellos que tenían acceso libre a Zarzuela ("pase sin llamar"), destacan sus colegas árabes, como el Sultán de Baréin, el último del que hemos conocido una generosidad asombrosa. Pero gracias a la cronista Paloma Barrientos ahora podemos ampliar la nómina de regalos y personas próximas al monarca, y que vuelve a demostrar una codicia y opulencia descarada. Entre ellos, el famoso Rei Fahd de Arabia Saudí, benefactor que le convirtió en navegante de lujo, con sus dos primeros yates. No hay que ir lejos para encontrar más presentes de campanillas, a pesar de la supuesta prohibición de aceptarlos: en España los amigos le salían como setas. El financiero catalán Javier de la Rosa le hizo muy feliz con un flamante deportivo, con el que se estrelló cuando viajaba con la Infanta Cristina. U otro banquero corrupto, Mario Conde, que cuidaba del padre Don Juan, de la hermana Pilar y del propio Juan Carlos: cuando intervinieron Banesto, se encontró una cuenta a su nombre con un descubierto de 150 millones de pesetas, cerca de un millón de euros. Vaya, los típicos regalos de los colegas.
Amistad, divino tesoro. O tesoro, a secas.