Juan Carlos I vivió en su juventud una intensa historia de amor con Olghina de Robilant, una mujer por la que sentía una gran pasión. Sin embargo, esa relación no llegó a consolidarse debido a la firme oposición de su padre, don Juan de Borbón. Este último tenía una visión muy clara del papel que debía desempeñar su hijo como futuro rey de España: los sentimientos personales debían quedar en segundo plano frente a las necesidades políticas y diplomáticas de la monarquía. Para don Juan, el matrimonio de Juan Carlos debía ser una herramienta estratégica y, por lo tanto, debía unirse con una mujer de sangre real, no con alguien fuera del círculo nobiliario. Una alianza con una mujer de origen plebeyo no aportaría los beneficios diplomáticos ni el prestigio que la Casa Real necesitaba en ese momento histórico.

Siguiendo esta lógica, Juan Carlos terminó casándose con la princesa Sofía de Grecia, un matrimonio que, si bien fue respetado públicamente, siempre estuvo rodeado de la percepción de haber sido una decisión motivada más por intereses de Estado que por sentimientos auténticos. El enlace sirvió para estrechar lazos entre casas reales europeas y reforzar la legitimidad de la monarquía española.
Décadas después, cuando su hijo Felipe anunció su compromiso con Letizia Ortiz, una periodista sin vínculos aristocráticos, la reacción dentro del entorno de la Casa Real fue de sorpresa y preocupación. Juan Carlos, ya en ese momento rey emérito, no ocultó su descontento. Para muchos, esa desaprobación tenía raíces personales: veían en la elección de Felipe un reflejo de la historia que su propio padre no le permitió vivir. Curiosamente, tanto Olghina como Letizia provenían del mundo de la comunicación, lo que pudo haber revivido en Juan Carlos antiguos sentimientos, temores y comparaciones.
Juan Carlos tenía mucho miedo porque se empezaba a hablar de los gustos de su hijo
Felipe VI, por su parte, siempre fue considerado un hombre atractivo y discreto, cualidades que lo convirtieron en una figura admirada, aunque también lo hacían vulnerable ante personas que podían tener intereses ocultos. Su timidez dificultaba que distinguiera entre el afecto genuino y el interés oportunista. Según algunos periodistas, entre ellos Maica Vasco, Letizia habría estado más motivada por ambiciones personales que por amor verdadero hacia el príncipe.
A lo largo de su juventud, Felipe también enfrentó rumores sobre su orientación sexual. Isidre Cunill sostiene que, debido a su carácter reservado y su falta de relaciones significativas en sus primeros años, se generaron especulaciones, sobre todo durante su etapa en Estados Unidos. Según algunas versiones, la Casa Real tomó medidas para desviar la atención y emparejarlo con mujeres que cumplieran con los estándares de una consorte ideal. Uno de esos intentos fue su relación con la modelo noruega Eva Sannum, que finalmente no prosperó. Se dice que Eva, harta de la presión mediática, decidió alejarse, y que incluso Juan Carlos pudo haber intervenido económicamente para facilitar su salida, en un intento por proteger la imagen pública del heredero.
