Juan Carlos es incontrolable. Ni siquiera cuándo actúa bajo la amenaza de represalias severas, cuándo es buen muchacho y no se sale del guion. El rey caído tiene 85 años, demasiado tarde para modificar un comportamiento adquirido durante décadas de silencio, permisividad y tratamiento de semidiós. De inviolabilidad, de salidas y entradas en compañía femenina con premeditación, alevosía, nocturnidad y si nos aceptan el término, también diurnidad. 2000 amantes lo contemplan, tienes que doblar turno. Unas mujeres con sentimientos contrapuestos entre ellas, como es bien sabido, de la misma manera que todo el mundo sabe que ninguna de estas señoras eran la reina Sofía, la esposa oficial y consentidora: conoce los asuntos de su marido rey pero calla por no poner en riesgo el chollo, el tratamiento de reina y la pasta gansa. Puede hablar e incluso divorciarse, pero joroba el negocio.

Pues bien, el Borbón se ha largado de Sanxenxo en su segunda visita a España y ha ido a parar a Vitoria-Gasteiz. ¿Qué se le ha perdido en la capital del País Vasco? Sabemos que una visita médica a especialistas punteros que tratan sus problemas de movilidad, los doctores Eduardo Anitua y Mikel Sánchez. Lo que no sabemos es si aprovechará para hacer una visita a Iñaki Urdangarin, que vive a poca distancia de la clínica donde pernocta el emérito. Tampoco con qué ánimo se dirigiría al yerno convicto y adúltero. El que se comió el marrón de Nóos y ha dejado a su hija Cristina tirada. Y el que quiere estrujar a la familia por firmar el divorcio, también. Mucha cosa en juego, antes lo quería, ahora... lo quiere de otra manera.

Juan Carlos, Iñaki Urdangarin y Cristina / GTRES

Más de 10 escoltas siguiendo a un Juan Carlos de perfil bajo

En Sanxenxo deja un rastro de conchas de marisco vacías y un ir y venir de aquí para allí de forma más o menos discreta, evitando el show exaltado del año anterior. Actuaba más como una celebritiy normal que como un héroe retornado de la guerra o un cruzado con el Santo Grial. Perfil bajo. El despliegue policial para una única persona de más de ochenta años, sin embargo, era digno de un rey. Zarzuela y Felipe tenían que proteger y controlar al padre incontrolable, una misión digna de Tom Cruise pero en versión española. Por lo tanto con mucha gente haciendo cosas y quejándose. ¿De qué? De trabajar demasiado. Y de hacerlo por una tarea que consideraban suprimible. Es a a decir, que la visita de Juan Carlos no tocaba. Los escoltas opinan lo mismo que el amo Felipe VI: que el yayo se quede en Abu Dabi. Lejos de España, no lo quieren.

Juan Carlos se ha marchado de Sanxenxo / EFE

Los escoltas acaban hartos, se sienten explotados

El digital Monarquía Confidencial revela las críticas de los escoltas del emérito por lo que ha pasado en Galicia. Una docena de agentes instalados en los alrededores de la casa de Pedro Campos, ocupando los hoteles más próximos. Cuando han acabado el trabajo y han pasado el marrón a otros compañeros han celebrado un desayuno de hermandad y, claro, ha salido la porquería entre cruasanes, bocadillos y cafés con leche. Mala leche:"Disconformidad con las horas interminables de guardia que les está tocando y por las rutas que realizan tras la llegada de don Juan Carlos al municipio". Según huéspedes del hotel la conversación era en voz alta y se oían lamentos como "ayer terminamos a las siete de la tarde, pero hoy pinta que hasta medianoche no acabamos, y eso no puede ser". Explotación royal, que también la hay. Sobre todo en los Borbones. Los policías están hartos, el operativo ha sido un desastre. Incluso alguien hay quién cree que "se podría haber aplazado". Sine die sería la mejor opción. La sentencia es demoledora: "Con el tiempo, su estancia aquí dejará de ser noticia. Pero de escoltas seremos los mismos". Es decir, se normalizará su comportamiento y a seguir pagando la fiesta.

Juan Carlos vigilado / EFE

Fuego amigo, ya ni los suyos lo soportan. Juan Carlos con pies de barro.