La de Juan Carlos de Borbón era, en teoría, una visita privada. Después de 2 años escondido volvía a España y a Galicia con un supuesto perfil bajo, casi de incógnito. Pero vaya, que ha sido pisar su antiguo reino y desatarse la euforia: la suya y la de su tropa de fanáticos, que han convertido la localidad costera en una especie de Port Aventura del juancarlismo. Buena parte del pueblo está viviendo el retorno como la final de Eurovisión, como una Champions del Madrid... o como un mitin de VOX. Desenfreno españolista, para entendernos.
Después de su llegada al aeropuerto de Vigo y de la primera noche en casa de su amigo Pedro Campos (con cena decepcionante incluida), el emérito se ha plantado en el Real Club Náutico de Sanxenxo. Ya saben que el objetivo de su viaje era disfrutar de las regatas y quizás incluso participar subiendo al Bribón. Lo vemos complicado, la verdad. Juan Carlos tiene 85 años y mil problemas físicos. No lo vemos tripulando ninguna embarcación. Ni siquiera como paquete en su interior. Camina con unas dificultades más que evidentes, da pena. Necesita un bastón, cosa normal teniendo en cuenta su edad, pero con un punto dónde apoyarse no tiene suficiente. Tiene que ser sujertado por su séquito en todo momento, especialmente si quiere desplazarse un metro en cualquier dirección. Las imágenes de su aparición náutica son concluyentes.
Muy delgado, rígido, inseguro, jorobado... El Borbón las pasa canutas cuando tiene que moverse. Y si, además, tiene que saludar a la marabunta que ha ido a ovacionarlo, la cosa se complica. La imagen del club recordaba aquel chiste del Dúo Sacapuntas: '¿Cómo estaba la plaza? Abarrotá'. Pues igual. Un gentío no se ha querido perder la rentrée del huido, héroe nacional de un sector de la población española. La afición ha ofrecido un espectáculo patético, un disparate. Parecía un gallinero: gritos de "VI-VA-EL-REY" hasta la extenuación, aplausos, miles de fotos, gestos absurdos, locura. Ni Chanel Terrero les hace excitarse tanto. Premio especial para una mujer que hubiera matado por arrancarle un trozo de la camisa, un poco de pelo o el propio bastón que garatiza su verticalidad. Trofeo de guerra.
Aunque el monarca se ha esforzado por poner buena cara, en algunos momentos lo hemos visto desconcertado, fuera de lugar. Claro, lleva tanto de tiempo "exiliado" que ya había olvidado el fervor de su club de fans. Entre la locura colectiva, la fila interminable de individuos que hacían cola para saludarlo y darle la mano y que el hombre está prácticamente impedido, repetimos: daba lástima. Que vayan con cuidado, porque no llega al lunes. Pensándolo bien, quizá es lo mejor le puede pasar: así se ahorra el marrón de ir a Zarzuela y ver con al hijo malo malísimo y a su mujer Sofía, a la que detesta. Bien jugado, majestad.
España tiene como ídolo a un rey tramposo y hecho caldo, estropeado. El chiste se explica por sí mismo.