Juan Carlos ha vuelto a Sanxenxo para participar, este fin de semana, en unas regatas. Es la décima visita que hace a España, su exdomicilio fiscal, desde que huyó a Abu Dabi acorralado por escándalos de todo tipo. Tardó casi 2 años en volver de fin de semana largo, una visita llena de tensión y exhibicionismo. Y a partir de allí, un ritmo in crescendo que actualmente se ha convertido en insostenible. De los Emiratos a Galicia, de allí a Madrid, después Londres, Ginebra. Sin cesar. 86 años que tiene el emérito y mil problemas de movilidad, pero le sobran fuerzas para cruzar el planeta para asistir a comidas, jornadas náuticas, funerales, bodas y todo tipo de jaranas. En una semana y media, dos apariciones. Eso sí, ninguna de ellas para ir a ver a su esposa oficial Sofía, enferma y recuperándose de una infección urinaria resistente. Prioridades.
Tanto movimiento del padre de Felipe VI también tiene una motivación de estrategia: la herencia multimillonaria que repartirá entre sus herederos una vez fallecido. Los regímenes fiscales de Abu Dabi y Suiza son ideales para custodiar una fortuna enorme y diseminada que algunas fuentes cifran en cerca de 2.000 millones. Por eso establecerse en Ginebra, la ciudad de su hija Cristina, donde aprovecha también para hacer intentar recuperar la movilidad de sus maltrechas articulaciones. El bastón y el brazo de sus ayudantes empieza a no ser suficiente para mantenerlo derecho, la sombra de la silla de ruedas sobrevuela amenazante. Él se resiste a utilizarla en público, y sigue subiendo y bajando escalas de aviones privados con dificultades lastimosas. Todo por vanidad. Por codicia. Y por ningún tipo de conciencia por el mundo que le rodea.
Digámoslo claro: el exrey de España se ha convertido en un peligro para el planeta. Uno de los seres vivos más contaminantes, el que más toneladas de CO₂ lanza a la atmósfera. Y en su caso, sin ningún tipo de justificación. A diferencia de una estrella del pop como Taylor Swift, criticada con justicia por abusar de los jets privados en sus desplazamientos, la cantante tiene una excusa: ella lo hace por trabajo. El Borbón no ha currado jamás, pero especialmente menos en esta época. Pues bien, Juan Carlos está repartiendo en vida la parte de la herencia que nadie quiere: su granito de arena gigantesco por el calentamiento global, el cambio climático y la destrucción de la naturaleza. Por el fin de la humanidad, por qué no. Gracias, majestad. Siempre tan atento con el populacho.
Un trayecto Abu Dabi - Madrid en vuelo regular emite 4,7 toneladas de dióxido de carbono por trayecto, según webs especializadas en la materia. Si el destino es de España a Suiza, 0,4 toneladas más. A Londres, otro tanto. Greenpeace, en uno de sus informes, multiplica los registros entre 5 y 14 veces al tratarse de vuelos privados de millonario. Los números son escandalosos, pero todavía queda lo más grave: la frecuencia de viajes del señor, totalmente descontrolado. Juan Carlos es el royal más nocivo para el medio ambiente. Un fósil quemando fósiles, como si no hubiera mañana. Con este ritmo, acaba él solito con el planeta.