Los inocentones más incorregibles del reino de España quizás todavía confían en el poder del azar. Y está muy bien, de ilusiones también se alimenta el alma y el espíritu. Ahora bien, si el objeto de su acto de fe tiene como protagonistas precisamente a los máximos representantes de la institución monárquica, por favor: basta. No cuela. No hay nada casual cuando hablas de los Borbones. Y lo que está pasando con Juan Carlos y Felipe VI es una muestra inequívoca. El emérito fugado, retornado y devuelto al remitente en Abu Dabi tenía que repetir visitita a Sanxenxo para volver a hacer de las suyas con los amigos regatistas. De hecho le esperaban mañana mismo para estar presente en la Copa del Rey de Vela. Pero o Pedro Campos le envía fotos por Whatsapp o no verá ni una embarcación surcando el Atlántico gallego, porque su hijo Felipe le ha parado los pies. No vengas, papá. Con un show impúdico como el de hace un par de semanas hemos tenido bastante.
Felipe no ha prohibido que el hombre vuelva en alguna ocasión a España, no, pero cuando lo haga le ha exigido que sea sin espectáculos, recibimientos patéticos ni exhibicionismos innecesarios. Y eso ha trastocado los planes de Juan Carlos, porque se ha echado para atrás. Ha agachado la cabeza y ha aceptado las órdenes, punto. Lealtad, le llaman los cortesanos de un bando y del otro, que se han dado la mano y sólo les falta un "que se besen" de bodorrio. Pero no se engañen, porque esta historia esconde otra realidad más turbia, como manda la tradición de la Corona. Si Juan Carlos no vuelve es porque sabe que a tiene otra vez a la Hacienda española encima. Una nueva investigación que afecta a todo eso que gastó, ingresó e incluso recibió como regalo o donación (los clásicos nunca mueren) durante la etapa comprendida entre 2014 y 2018. Exacto, cuando ya no era inviolable ni SuperJuancar.
La tropa juancarlista se quedó de piedra al hacerse público que Felipe volvía a echar a Juan Carlos de su país, acusándolo precisamente de permitir que La Moncloa y sus socios sigan hurgando en las cuentas de su ídolo. Mal hijo, mal hijo, segunda parte. Pero suponer que toda la Agencia Tributaria está llena de republicanos que quieren el cuello del Borbón es muy atrevido. Y el fisco lleva un año analizando las cuentas de El Campechano, precisamente a partir de la segunda regularización de impuestos (la mayor, de 4'4 millones de euros) que facilitó que los Fiscales del Supremo archivaran sus causas y dijeran pelillos a la mar. Ahora que lo tenía todo atado y bien atado y, hala, un nuevo bofetón público y un obstáculo insalvable para llevar a cabo sus planes en Pontevedra. Quizás cuando vuelva ya no es temporada náutica, y entonces sus visitas tienen otra finalidad lúdica y de un gusto cuestionable: ir de caza. Ay, las cacerías. Cuánto ha disfrutado matando animales, y cuántos problemas le han provocado. La cadera, el elefante, Corinna... y ahora Hacienda.
'El Mundo' informaba hace unos días de la investigación sobre los regalos en forma de actividad cinegética que ha ido recibiendo el emérito durante aquel periodo. Cantidades muy importantes y por las cuales, evidentemente, el monarca no ingresó ni un céntimo al erario público, como era su obligación. Tampoco de los viajes que pagaban sus amigos para tenerlo a su lado matando perdices o el primer ser vivo que se encontrara frente a sus narices. Pero hay más, tal como hemos leído en 'El Español'. Otro vicio culinario del Borbón (aparte de los kebabs y del marisco) y del que ha disfrutado una barra libre: jamones ibéricos. De hecho, los que llegaban a Zarzuela eran mágicos, nadie sabe quién los pagaba... pero todos intuimos quién se los zampaba. Un misterio que hace que no ponga un pie en el Estado, por si las moscas.
Juan Carlos es un pata negra... y la oveja negra de un país. Afortunadamente para él, en Abu Dabi de jamones, ni uno. Así es más fácil lo de "lo siento, me he equivocado, no volverá a ocurrir".