Juan Carlos ha vuelto, pero algo ha cambiado respecto 2022. El año pasado ponía los pies en Vigo con una sonrisa radiante, como preludio de un fin de semana largo de exhibicionismo impúdico. Aproximadamente 365 días después su expresión ha sido radicalmente diferente. Serio, con mala cara, sin bajar la ventanilla del coche de su amigo Pedro Campos, que junto a su mujer brasileña y antiindepe han sido nuevamente los encargados de darle la bienvenida y alojarlo en su casa. ¿Qué le pasa al emérito? ¿Qué le inquieta? Pobres fans juancarlistas, se han quedado con un palmo de narices y con un exiguo saludo como recompensa a su fidelidad. Ingrato...
Hay que decir, sin embargo, que este viaje es todavía más polémico que el anterior. El primero tenía la gracia de la novedad, de la ilusión y de la sorpresa: nadie sabía cómo se comportaría el huido. Poco tardamos en descubrirlo: el hombre ignoraba cualquier cautela ni contención y actuaba como si todavía tuviera la corona de rey en la cabeza. Aquel show tuvo consecuencias: Felipe VI consideró que su padre se había pasado veinte pueblos y lo castigó. Vetó nuevas visitas, una medida que se ha alargado durante muchos meses. Finalmente obtuvo luz verde, pero le ponían límites: ni espectáculos, ni regatas, ni Sanxenxo. ¿Y qué ha hecho? Todo lo contrario. Por eso también la represalia de dejarlo sin la coronación de Carlos III. El factor Londres, de dónde ha llegado este mediodía después de ver al Real Madrid ayer en Champions, influye y mucho.
La mala leche del Borbón al llegar al aeropuerto de Vigo procedente de Londres
El Juan Carlos que veíamos anoche en Stamford Bridge era un hombre consumido, poca cosa. Sus planes se hundían: ya no era solo el tema de la coronación, es que Carlos III pasó de él y de la supuesta comida privada que tenían que mantener como deferencia. El Borbón se ha tenido que contentar con un festín en un club elitista y un partido de fútbol invitado por Florentino. El resto lo ha ignorado; todos menos los diarios ingleses, que le han pegado muchos palos. Un panorama que ni los goles merengues pudieron amortiguar, y esta mañana se le notaba en la cara. De hecho los únicos amigos que le quedan son Campos, Peñafiel, los hosteleros gallegos que hacen el agosto con él, cuatro nostálgicos y, muy importante, la tropa árabe, la que lo mantiene en los Emiratos y lo cubre de oro y de regalos. Uno de ellos, el jet privado en el que ha llegado esta mañana al aeropuerto de Peinador.
El jet privado de Juan Carlos, lujo asiático a coste cero
El avión utilizado por Borbón es asquerosamente opulento. Un Global 5000, un modelo de largo recorrido puesto a su disposición por el jeque Mohammed Bin Hamad Bin Tahnoon Al Nahyan, propietario de la compañía Royal Jet. Todo gratis, como siempre. Es una versión privada de un modelo utilizado en aviación comercial, pero con diferencias: aquí en cuenta de hileras de butacas donde vas apretado hay 22 asientos muy amplios, con zona de comedor, otra de relax y la posibilidad de disfrutar de una camao king size y lavabos con acabados dorados, vete a saber si de oro auténtico. No sería de extrañar, porque las mesas son de madera, pero de la buena. No es pino vulgaris, vaya. Si ha sufrido alguna incomodidad habrá sido por su estado de salud paupérrimo y, sobre todo, por la mala leche que gasta.
Juan Carlos, un pobre rico o un rico muy pobre.