Por mucho que le pese, Juan Carlos I no será nunca ni el mejor rey, ni el marido más ejemplar, ni el padre que todos los hijos querrían tener. A Elena la dejó sin poder optar a la Corona, a Cristina se la lío con Iñaki Urdangarin, y con Felipe... bien, todos sabemos cómo ha acabado la cosa. Uno en Madrid y el otro en Abu Dabi. Tampoco ha sido mejor su comportamiento con otros hijos no reconocidos por el emérito, el catalán Albert Solà o la belga Ingrid Sartiau, quien hace unos días se plantó en las puertas de Zarzuela esperando, ilusamente, reencontrarse con su progenitor. No la dejaron pasar, claro. No quiere saber nada de ellos. Ahora bien, también tenemos que decir que el Borbón ha intentado cambiar y ser un papi 10. Curiosamente, eso sí, con un niño que no era sangre de su sangre.
Albert Solà, hijo no reconocido de Juan Carlos / Foto: TV3
Hablamos de Alexander zu Sayn-Wittgenstein-Sayn, el hijo que su amante Corinna tuvo con el príncipe Casimir y que hoy tiene 19 años. La relación entre Juan Carlos y la alemana no era una de las muchas aventuras extramatrimoniales del monarca. Era mucho más que eso. Quería divorciarse y casarse con ella. Por eso los regalos millonarios, por eso también su enfado cuando lo mandó a hacer gárgaras. También el motivo de poner al CNI a hacer el trabajo sucio y asediarla, motivo de la actual causa abierta en un tribunal de Londres. Por eso tantas cosas que han arruinado la imagen pública del Borbón. La pareja iba muy en serio, y el niño, que en aquella época tenía entre 6 y 8 años, consideraba al español como su padre. Y al revés: Juancar recuperó todo el instinto paternal con el niño. ¿Pruebas? Las famosas imágenes junto a un árbol de Navidad o la impresionante estampa de barbacoa dominguera en la finca La Angorrilla, dentro del recinto de la Zarzuela y donde llevaba a cabo su doble vida.
Juan Carlos retrató a su segunda familia, Corinna y Alexander
Pues bien, el digital OK Diario de Eduardo Inda acaba de publicar más documentos gráficos que remachan la relación de amor paterno-filial entre Juan Carlos y Alexander. La complicidad es innegable, al Borbón se le cae la baba, y la criatura (inocente ella) se deshace con aquel señor que forma parte de su cotidianidad. No es el tito Juan Carlos, es el papi postizo. Dos instantáneas son totalmente reveladoras. La primera, una en la que vemos al rey fotografiando a su segunda familia sobre el césped durante una de aquellas tardes en la que el amor fluía en todas direcciones. Cámara en mano dispara sobre la madre (y amante) y su hijo, abrazados y ofreciendo la mejor sonrisa al retratista. Todo era idílico... hasta que llegó la tormenta, claro.
El emérito jugando con el pequeño Alexander, que lo consideraba como un padre
La otra imagen es todavía más impactante. En ella vemos a Juan Carlos y a Alexander jugando. El niño intenta robarle una piña que ha recogido de uno de los pinos. Levanta los brazos pero no puede arrebatarle el tesoro infantil. Una escena que habla perfectamente del ambiente que se respiraba en este nidito de amor, que curiosamente había sido utilizado como refugio de una de las actividades favoritas del emérito: la caza. Allí se ha cobrado piezas de todo tipo: animales, humanas y sentimentales. Algunas se le han escapado. Pero siempre le quedarán los recuerdos de las fotos.
#EXCLUSIVA 🔵🔵
— okdiario.com (@okdiario) June 30, 2022
Así trataba Juan Carlos I a Alexander, el hijo de Corinna: como si fuera su padre 📸 https://t.co/9jzxwsbmTT
El padre de la democracia y sus retoños. Una historia de fracasos.