Juan Carlos ve más cerca la muerte. Normal a los 86 años, viviendo en el exilio, entre los Emiratos y Suiza y sufriendo una mala salud de hierro. Lo han operado más veces que a Letizia, pero al emérito no solo de cirugía estética sino de todo: desde la cadera a la rodilla pasando por un tumor en los pulmones. Sabe que el final se acerca pero se resiste y en lugar de buscar el perdón y la vuelta a España, prefiere vivir en el extranjero sin declarar a Hacienda y a todo lujo, empalmando fiestas, regatas y carreras de Fórmula 1. Este fin de semana en Madrid enterraban a su sobrino, Fernando Gómez-Acebo Borbón, muerto a los 49 años de una forma trágica por prematura y dejando huérfano a un niño de 7 años, Nicolás. El niño enterraba a su padre mientras su tío abuelo Juan Carlos, hermano de su difunta abuela Pilar, disfrutaba de la Fórmula 1. Juan Carlos sonreía en el paddock haciéndose fotos con Fernando Alonso o con Carlos Sainz padre e hijo. Un nuevo ridículo de Casa Real. El contraste entre estas dos imágenes simultáneas es la última palada en la tumba de Juan Carlos:
Juan Carlos está en aquella fase de la vida que se la sopla todo excepto la muerte. Su muerte. Creía que el final de su reinado coincidiría con su defunción pero no. Morirá solo y en el exilio. Lo sabe y le es indiferente el qué dirán. Acumula miles de millones de euros en cuentas no declaradas a Hacienda evadidas a paraísos fiscales ante el silencio cómplice de todos y cada uno de los ministros de Hacienda de los presidentes González, Aznar, Zapatero y Rajoy. Nadie se atrevió a investigarlo hasta que apareció Corinna y explicó que el rey viajaba con maletas llenas de fajos de 500 euros, que en Zarzuela hay una máquina de contar billetes y que el rey cobraba decenas de millones en comisiones por hacer de intermediario de las empresas españolas, cosa que estaba obligado a hacer gratis como jefe del Estado. Morirá solo, rico y más pronto que tarde. En la última foto antes de la F-1, la de Windsor del martes cogiendo de la mano a su hijo, delató que Juan Carlos está asustado por su salud. Lo que tiene en el dedo corazón de la mano izquierda lo dice muy claro, este anillo negro:
Juan Carlos tiene el anillo de siempre en el dedo pequeño, el del sello de la dinastía Borbón que tienen otros miembros de su familia como Miguel Urdangarin pero ha añadido un nuevo anillo de titanio en el dedo corazón. Es un anillo especial, un Oura Ring de 900 euros que le sirve para contar las pulsaciones, la temperatura corporal, la frecuencia cardiaca o el oxígeno en sangre. Dicho de otra manera, si se está muriendo el anillo lo avisará con un mensaje en el móvil. Los escoltas del emérito y por lo tanto Zarzuela reciben esta información en tiempo real de la salud del monarca. Saben que cuando el anillo envíe información fatal habrá que poner en marcha de urgencia todo el protocolo: aviones hospitalizados, quirófanos en España, hacer que el cuerpo del emérito aterrice a Madrid, vivo o muerto, y todo a punto para lo que tiene que pasar de manera inexorable: el funeral del rey. Ya está todo protocolizado y previsto.
El anillo es como un laboratorio ambulante, que controla infartos, ictus, pérdida de oxígeno o temperatura peligrosa. En alguien que hace ejercicio, sano, y joven, puede resultar una ayuda para controlar el esfuerzo. En el caso del anciano Juan Carlos, que se desplaza a menudo en silla de ruedas a la fase final de la vida, es todo un síntoma de miedo a morir. Si llega a los 90 años será gracias a la Medicina. No a la pública, a la que ha robado financiación con las manos llenas. No de anillos, de millones de euros evadidos. El Oura es un anillo de titanio disponible en diferentes colores. Juan Carlos ha escogido el negro. Un homenaje a la fortuna que ha acumulado durante décadas, en negro.