En los últimos años, la figura del rey emérito Juan Carlos I se ha visto envuelta en una serie de escándalos que han expuesto aspectos tanto íntimos como financieros de su vida. El último escándalo, la publicación de unas fotos por parte de la revista holandesa Privé en las que se veía al emérito en plan cariñoso con la vedette Bárbara Rey, así como la filtración de audios que vuelven a poner en entredicho la ética del reinado de Juan Carlos I.

Al margen de lo generado en la opinión pública, muchas revistas de papel cuché y programas del corazón se han dedicado a repasar la vida amorosa del emérito al margen de su matrimonio con la reina emérita Sofía. Una lista que es interminable. Aparecen nombres que van desde Bárbara Rey hasta Corinna Larsenn, pasando por otros reconocidos como Marta Gayá, Rafaella Carrá o incluso Anne Igartiburu.

Entre las amantes de Juan Carlos I figura la esposa de un importante político

Pero también ha habido mujeres de las que no han trascendido detalles. Entre ellas, la esposa de un reconocido político de la época. Juan Carlos I no respetaba a nada ni a nadie. Iba a por todo lo que se movía. La implicación con la esposa de un político de alto perfil añade una capa extra de controversia, dado el grado de imprudencia y la falta de respeto hacia su entorno.

Juan Carlos I

Estas relaciones del emérito no se limitaban a encuentros casuales; al contrario, según el periodista Juan Luis Galiacho, se planificaban en lugares discretos y cuidadosamente designados. Estos espacios, denominados de forma coloquial como “picaderos” por quienes trabajaban en el entorno del ex monarca, se encontraban en ubicaciones privadas para garantizar la confidencialidad de sus citas. Al principio, uno de los puntos de encuentro fue Majadahonda, aunque pronto se trasladaron a sitios más cercanos a Zarzuela, como en las áreas de La Florida y Puerta de Hierro. Estas ubicaciones no solo aseguraban la privacidad, sino también la comodidad y la posibilidad de vigilar de cerca sus movimientos.

Juan Carlos I tenía ‘picaderos’ para sus encuentros amorosos

Uno de los aspectos más sorprendentes de esta historia es el rol de los servicios secretos españoles en la vida privada de Juan Carlos I. Según el exjefe de los servicios secretos, Emilio Alonso Manglano, el comportamiento amoroso del rey emérito generaba constantes preocupaciones y retos logísticos. Tal era la magnitud de la situación que el CESID (ahora conocido como CNI) estableció un sistema de vigilancia constante sobre sus movimientos y mantuvo un registro meticuloso de sus citas, algunas de las cuales llegaron incluso a ser grabadas. Esta estrecha vigilancia buscaba evitar que los escándalos personales se filtraran a la opinión pública, protegiendo así la imagen de la Corona.

Corinna Larsen y Juan Carlos I

El modus operandi del rey emérito era siempre el mismo. Ordenaba a sus escoltas recoger a la amante en turno, en este caso, la esposa de un influyente político, y la llevaban a sus “picaderos” personales. Este patrón de comportamiento revela una actitud de desafío hacia las normas de conducta esperadas para un monarca y muestra hasta qué punto Juan Carlos I no respetaba ni los límites familiares ni los sociales en su búsqueda de aventuras amorosas. Este tipo de historias, más allá de causar morbo, también han provocado un profundo debate sobre el legado del rey emérito y su verdadero impacto en la monarquía española.

Hoy en día, mientras el emérito reside fuera de España y vive rodeado de las sombras de sus propias controversias, estas revelaciones continúan ensombreciendo su legado. La historia de Juan Carlos I y sus relaciones prohibidas con mujeres, incluso casadas con figuras prominentes, sigue afectando la percepción pública de la monarquía, aumentando la distancia entre la familia real y el pueblo que alguna vez lo idolatró.