El Juan Carlos de Borbón que bajó el jueves de un jet privado en el aeropuerto de Peinador en Vigo no parecía el poderoso rey multimillonario y padre de las derechos y libertad democráticas en España, no. El sujeto no era más que un fugado solitario y envejecido, castigado por el paso del tiempo y por su infame trayectoria, ahora ampliamente conocida. Soledad, sí, porque ni el séquito de guardaespaldas, ni la presencia de su hija Elena ni de sus amigos Pedro Campos y señora, la astróloga antiindepe brasileña Cristina Franze, ni tampoco el recibimiento de los incondicionales de la unidad de España pueden esconder esta realidad. Como tampoco la vergüenza que se siente viéndolo de fin de semana en Sanxenxo como si tal cosa. Algunos lo dicen con la voz muy alta, otros con la boca pequeña e incluso hay quien calla, pero se está mordiendo tanto la lengua que acabarán mal. Pero está pasando, majestad. Lo engañaron cuando le decían "vuelva, que todos lo quieren aquí". Va a ser que no.
En cuanto a su salud, su aspecto y las sensaciones que transmite, tampoco hay sorpresa. Tiene 85 años con mucha tralla y un currículum de operaciones y lesiones importantes. Se mueve con dificultades, el bastón es poca cosa cuando intenta ir de un lado al otro. Siempre necesita uno o un par de brazos que colaboren en la operación, y sus acompañantes están muy pendientes de evitar sustos o caídas. La mayoría de veces tienen éxito, pero Juan Carlos es muy culo inquieto. Le encanta la acción y el show. ¡Si hasta ha subido al Bribón y ha navegado! Los escoltas sufriendo todo el rato en en tierra, tú. El peligro: '¡Hombre al agua!'. No ha sido así, afortunadamente.
El movimiento de las olas marinas podría parecer el escenario menos favorable para alejar al emérito de los riesgos de accidentes, pero se equivocan. Es en tierra firme donde el peligro aumenta. Hay pequeños movimientos sísmicos que alteran la verticalidad borbónica y que sólo siente él, claro. Por eso es un rey. Un rey de los trompazos. El historial de Juan Carlos es extenso, besando el suelo o comiéndose árboles. Y como llevaba dos años huido en Abu Dabi, en su reaparición tenía que actualizar el álbum.
De momento, y antes de que vuelva a verse las caras con su hijo Felipe y su esposa Sofía en Zarzuela, donde no descartamos que haya más que palabras, contabilizamos dos accidentes. El primero cuando abandonaba el club de vela el viernes al mediodía. Podría pasar desapercibido, pero lo vimos en directo en TV3. Iba a montar en el coche de Campos, dejó el bastón, un saltito hacia atrás y, pum, golpe en la cabeza contra la puerta. El clásico coscorrón. Suerte que no lleva corona, le hubiera hecho una abolladura.
Puedes ver el coscorrón aquí (2h y 09 minutos):
Más aparatosa y peligrosa fue, sin embargo, la situación que vivió en el polideportivo de Pontevedra donde seguía el partido de su nieto Pablo Urdangarin, jugador del Barça 'B'. Ya hemos hablado de los abrazos entre el joven culé y el veterano merengón, y de la sospecha sobre si es gafe para el club azulgrana. También de los problemas que tuvo para llegar a su localidad por la estructura de las graderías y su falta de flexibilidad. Habíamos dicho que incluso había sufrido una caída, pero las imágenes, misteriosamente, no las encontrábamos disponibles. Y mira que aquello estaba lleno de gente y también de paparazzi, pero vaya. Finalmente Telecinco ha enseñado el documento: acaba el partido, el Borbón quiere bajar para abrazar a Pablo, resbala con el cojín sobre el que descansaba sus posaderas y adiós. Desaparece de la imagen, cayendo afortunadamente sentado sobre el nivel inferior de la grada. Por un pelo. Su séquito, sufriendo. La gente en el pabellón gritaba "se ha caído el rey, se ha caído el rey". Haciendo moviola:
Haz click en la foto con Pablo Urdangarín para ver el vídeo de la nata:
Juan Carlos, un hombre de tradiciones. La de su apellido y la de sus accidentes.