Kate Middleton, princesa de Gales y la persona más buscada por medio planeta desde hace unos meses, tiene cáncer. Se ha acabado la especulación y el circo en el que hemos participado millones de personas. Nosotros incluidos. El espectáculo consistía en tratar de averiguar los motivos de la desaparición de la mujer de Guillermo de Inglaterra; analizar cada fotograma de las imágenes, fueran furtivas u oficiales y retocadas; interpretar el comportamiento de unos y otros y, finalmente, llenar los espacios en blanco de la historia. La verdad, sin embargo, ya sabemos cuál es. La famosa operación abdominal venía con sorpresa desagradable. Kate, como su suegro Carlos III, enfermos de cáncer. Y ha sido ella la encargada de anunciarlo en un ejercicio comunicativo conmovedor, y lo más importante y urgente: real.
La decisión de la princesa ha cogido a todo el mundo con el pie cambiado. A pesar de las informaciones que apuntaban a la posibilidad de que acabara sufriendo tumores en el colon, el cáncer parecía una opción remota. También que escogiera un viernes por la noche aparentemente random, pero que tiene todo el sentido. Ha llegado mucho antes que "después de Semana Santa" y también antes del Domingo de Pascua, fecha que daban por buena los medios ingleses hasta pocas horas antes del vídeo bomba. Todo se ha acelerado: por las sospechas del robo de su historial médico en The London Clinic, y porque empiezan las vacaciones escolares en el Reino Unido. Los chiquillos estarán protegidos durante unas semanas. Una decisión acertada que llega, lógicamente, tras haber mantenido la conversación más seria, dura y difícil de la joven existencia de George, Charlotte y Louis. La de mamá está enferma, está recibiendo un tratamiento que se llama quimioterapia... y que todo irá bien.
La protección de los niños ha condicionado totalmente la toma de decisiones, aunque, desgraciadamente, no podemos perder de vista un detalle: Kate no es una persona cualquiera. Es una futura reina, y los límites de la privacidad no son los mismos. Si el equipo de comunicación de Kensington Palace hubiera tratado el tema como el de Buckingham, quizás no habríamos asistido a todo el show. No podemos obviar este detalle, a pesar de los enormes grados de excitación que se han vivido.
Echando la vista atrás, algunos detalles del desarrollo de este caso cobran todo el sentido. Como la desaparición repentina de Guillermo durante la misa funeral por Constantino II de Grecia, a pocos minutos para al inicio del oficio en el Castillo de Windsor. Fue en aquel momento cuando le dieron la noticia, y lógicamente quedó destrozado. También un detalle de Camila, la suegra, guiñando el ojo a Middleton a través de una joya, un broche. Uno que es muy parecido al anillo de compromiso de Kate, y que está maldito. El que lucía en la grabación y que pertenecía a Diana de Gales y era un obsequio de Carlos III, y se asocia con infidelidades, mentiras y tragedias. El príncipe lo reclamó a Enrique de Sussex, quien custodiaba la pieza de la difunta, para sellar su futuro con Middleton. La leyenda negra se ensaña con otra royal.