La princesa Leonor se alimenta fatal en la Academia General Militar de Zaragoza. Es evidente que nadie esperaba que el centro de formación castrense fuera un templo gastronómico, pero teniendo en cuenta la preocupación obsesiva de su madre Letizia, el aterrizaje en el Ejército ha acabado por volatilizar cualquier recuerdo de aquella etapa y de aquellas pautas. Recuerden que la reina llegó a modificar los menús que se servían a todos los alumnos del Colegio Santa María de Rosales, porque los encontraba poco saludables, llenos de grasas y de productos prohibidos. Y cuando la niña volvía a casa para cenar, el plato estrella era la sopa de acelgas, el musli o la quinoa. ¿Para cortarse las venas gustativamente? Sí. Pero sana como un roble, oiga.
Cuando la heredera se marchó al internado de Gales, el UWC, el influjo de Letizia empezó a desaparecer. Ya no podía ejercer el mismo control en los fogones, la princesa era libre. La propuesta gastronómica en el Reino Unido tampoco era para tirar cohetes, pero le permitía empezar a explorar nuevos mundos de sabores. Cosa que, con la llegada a Zaragoza, se ha descontrolado totalmente. Las salidas del domingo por la tarde a una cafetería de la capital aragonesa son un festival de torreznos, hamburguesas y bocadillos con mucho queso fundido. Letizia, a 400 kilómetros de distancia, sufría de gastritis por telepatía. Incluso alguna náusea con el tipo de "pescado y marisco" que ofrecen a la dama-cadete a la hora del rancho: sí, el arroz amarillento con mejillones y chirlas que se zampaba el día que recibió la visita de su padre Felipe, durante las maniobras en el Campo de San Gregorio. La última vez que aquellos moluscos vieron el mar fue hace demasiado tiempo. Un pecado.
La cosa no mejora, ni mejorará. Acabamos de enterarnos de más detalles de todo eso que deglute la Borbón Ortiz en la cantina del cuartel. Incluso durante sus salidas con mochila, fusil y "neceser con herramientas", dice 'Monarquía Confidencial'. Es la primera vez que oímos sobre la existencia de neceseres que no lleven objetos de cuidado personal (la definición de la RAE es contundente e inequívoca), pero sí martillos, navajas, crampones o destornilladores. Cosas de la vida militar. Seguramente sirven para abrir las delicatessen enlatadas que transportan para desayunar, comer y cenar. Tres veces al día, comida ultraprocesada. Ideal.
El espectáculo, sin embargo, está en el comedor militar. 3000 calorías para cada recluta, una salvajada. Leonor coge la cuchara y un buen plato de callos con garbanzos y se lo zampa en un abrir y cerrar de ojos como primer plato. Después hay pollo a la colombiana, conocido en su país de origen como "sudado de pollo". Es lo más sano de todo el repertorio, todavía tiene algunas verduritas como patata, pimiento, tomate... Pero claro, antes, repetimos, te has puesto hasta arriba de callos. ¿Y como rematar con los postres, y de paso, con la memoria de mamá? Con un "yogur con KitKat". Fantasía eco. Normal que lo dé todo después en la pista de baile de las discotecas, con reguetón y gafas de sol. Por una vez nos ponemos de parte de Letizia: la niña come fatal. Es insostenible. Y lo peor de todo: que le quedan dos años más de dieta. Glups.
¡Sigue ElNacional.cat en WhatsApp, encontrarás toda la actualidad, en un clic!