La princesa ya vuela por su cuenta. Leonor ha presidido su primer acto oficial, sin la supervisión de papá Felipe y mamá Letizia. El experimento ha tenido lugar cerca de casa, como corresponde a una joven de 15 años: ha sido en Madrid, con motivo de la conmemoración del 30º aniversario de la sede del Instituto Cervantes. Allí le esperaba la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, así como el director de la institución, Luis García Montero. Y evidentemente, la clásica colección de fans de la monarquía, que la han recibido con banderitas y globo de colores, como si se tratara de la fiesta de "puesta de largo" de una adolescente. Todo ideal.
La princesa ahora sabe cómo es convertirse en el centro de atención exclusivo de curiosos y prensa, analizando cada paso, cada gesto, y cómo si no, el vestuario escogido para la ocasión. Se puede decir que ha ido sobria y aburridota, del agrado de la madre con sus criaturas. Un vestido (repetido) de primavera de color crudo con estampado 'animal print' y unos zapatos negros de tacón bajo. Correcto, pero soporífero. No faltaba la mascarilla con logo del Reino, por si las moscas. En cuanto a su aparición, se notaba nerviosa, algo desorientada. No estaba Letizia de apuntadora real, y tampoco era un acto como otros: no tenía que leer largos discursos en catalán, ni hacer nada demasiado relevante. Sólo saludar, pasear, escuchar, decir algunas palabras y, en las postrimerías de la visita, depositar el libro de El Quijote que recitó con su hermana Sofía durante la pandemia, el pasado Sant Jordi, así como el ejemplar de la Constitución que leyó en su estreno en el 2018. Un no parar.
Leonor va saliendo del cascarón del huevo y ya prácticamente está fuera. Ahora bien, todavía lleva las plumas de mamá gallina. También las perderá, claro.