Una de las patatas calientes de la Casa Real es la herencia. Concretamente la que Juan Carlos transmitirá a su hijo Felipe y, por extensión, a su sucesora, la princesa Leonor. Nos remontamos a marzo de 2020, días cruciales en el Estado español por dos motivos. Uno, la pandemia del coronavirus. El 14 de marzo el gobierno de Pedro Sánchez decretaba el confinamiento masivo para intentar combatir las consecuencias de la enfermedad. Una medida sin precedentes y que dejaba a la ciudadanía consternada, perdida, alucinada y expectante. No se hablaba de otra cosa. Bueno, menos en la Casa Real, porque tenían bombas y escándalos entre manos. Los provocados por Juan Carlos I, evadiendo impuestos de su obscena fortuna. Al día siguiente del confinamiento, Felipe VI fulminó al padre: repudiaba a Juan Carlos y anunciaba que renunciaba a la herencia. A la económica, claro, no a la Corona.
Como mensaje propagandístico para salvar la institución, un 10. Otra cosa es la realidad, diametralmente opuesta. Juan Carlos instituyó como beneficiario de sus cuentas en Suiza a su hijo Felipe, y en el caso de deceso, "la fortuna de la fundación deberá ser atribuida a los herederos legales nacidos o que nacieran de una unión legal". Es decir, la princesa Leonor y la infanta Sofía. Felipe no puede renunciar al derechos de las adolescentes a repartirse la millonada del abuelo, porque en derecho sucesorio no existe esta posibilidad. Vaya, que tienen el sueldazo nescafé, el euromillón y el cuponazo multiplicado por 10, por 20, por 300. Ricas, aparte de poderosas. Jugada maestra, a pesar de ser una herencia envenenada. Ah, y los españolitos, a tragárselo y ajo y agua.
Pues bien, ha llovido mucho desde aquel mes de marzo de 2020. La tormenta no deja de amenazar a los Borbones, pero pasa el tiempo y parece que algunas cosas se olvidan. La maquinaria monárquica ha distraído al personal con otros espectáculos, aspavientos y asuntos diversos. Ya no se habla de qué pasará cuando Juan Carlos muera, ni qué harán con los billetes de 500 cortesía de sus amigos árabes y compañía. Pero lo que sí sabemos es que Leonor y su hermana Sofía ya han tomado una determinación. No es oficial, no hay comunicado al respecto, pero es tan real como el sol sale por la mañana y se pone por la noche. Renuncian a la herencia. A una concreta sólo: no es la pasta, no es el trono. Hablamos de un legado que se ha transmitido de padre a hijo, una pasión. Las regatas. El talón de Aquiles del emérito huido en Abu Dabi.
El próximo 30 de julio tendrá lugar en Mallorca la Copa del Rey de vela. Un acontecimiento en el que tenía que participar Juan Carlos, pero Felipe lo ha castigado sin tomar parte por su conducta durante su fin de semana de vuelta a Sanxenxo, donde subió al Bribón a pesar de sus problemas de salud. El actual rey sí que participará formando parte de la tripulación de Aifos 500 con sus pantalones cortos, camiseta y una bolsita impermeable donde llevará la fiambrera real. Es una tradición de la casa. Pero la afición no es compartida por sus hijas, que pasan olímpicamente del tema. No tienen el más mínimo interés, o cuando menos nunca lo han demostrado, como explican en LOC. Este año pasará lo mismo, si es que no hay contraorden y obligan a la adolescente a seguir los pasos del abuelo y el padre. Da la impresión que no, porque Leonor tiene otras cosas en la cabeza, más típicas de su edad: el noviete brasileño y la farra nocturna. Que navegue otro.
La renuncia es simbólica, pero por algo se empieza. Ahora toca demostrar valentía y dar los millones sucios y viscosos del abuelo a obras sociales, por ejemplo. Tiene gracia, ¿verdad?