Han pasado ya casi 19 años desde la boda entre Felipe VI y Doña Letizia, pero seguimos sabiendo hoy en día algunos detalles de este enlace que ha acabado trayendo al mundo Leonor y Sofía de Borbón. La boda entre los actuales Reyes de España supuso un moméntum en el seno de la monarquía española. Un antes y un después que, a punto, estuvo de retrasarse por culpa de la novia. Letizia Ortiz se casó con dos dolencias muy molestas. Por suerte, no pospuso la fiesta y la celebración, pues había más de 1.700 habitantes de todo el mundo y de todas las realezas esperando a que los entonces príncipes de Asturias se dieran el "sí, quiero".
Un "sí, quiero" que llegó con una Letizia tocada e insegura. Pues aun y ser este uno de los días más felices de su vida, podría haber sido aún mejor. Aún mejor si no hubiera tenido fiebre. Y es que Leti se despertó con la cabeza caliente y el termómetro disparado. Unas décimas debido a un importante catarro que arrastraba desde hacía unos días la amenazaba y del que se habría estado medicando como la resta de los mortales. Era por eso que la prometida del príncipe llegaba a su gran cita más delgada, motivo por el cual tendría otra dolencia, esta relacionada con su vestido.
La dolencia relacionada con el vestido
Los vestidos de novias suelen pesar lo suyo. La tiara, la alargada falda, el ramo... Todo se tiene que tener controlado al milímetro para saber que la novia va cómoda y segura. Estos vestidos se suelen preparar con mucha antelación y van con sastre incluido. A la novia se le toman las medidas adecuadas para que el vestido le encaje a la perfección y no le pese más de la cuenta. También se tienen en cuenta otros minuciosos detalles, como que no le sobren palmos ni cosas por el estilo. El problema está en que, obviamente, no se contaba con que Letizia iba a enfermar. Es por eso que el vestido le acarreó muchas molestias. Más allá del propio catarro, Leti estaba molesta con el vestido. "No le encajaba del todo", explican en Vanitatis.
La pléyade de trabajadores
Centenares de trabajadores se ocuparon de esta efeméride que se recordará para siempre en los libros de historia de España. La boda de Felipe VI y Letizia congregó hasta 1.700 invitados -familiares, amigos, presidentes, miembros de la realeza...- que fueron servidos por 200 camareros y hasta 30 cocineros. Todos ellos eran del restaurante Jockey. Se lo pasaron en grande porque para ellos también era una gran ocasión. De hecho, se llegaron a despertar a las cinco de la mañana para empezar una jornada de trabajo que no terminaría hasta pasadas 24 horas. Un día entero en el que tuvieron el placer y el deber de servir a multitud de comensales VIP. Eso sí, no contaban con que volverían a su restaurante con menos cubiertos: y es que una de las anécdotas del banquete de bodas fue la desaparición de cubiertos, platitos de pan y saleros de plata. ¿Habría un ladrón en Palacio?