La visita oficial de los reyes de España a Holanda está resultando terrible para Letizia. La asturiana no deja de protagonizar imágenes y secuencias extrañas, impropias de su condición. El extranjero no le va demasiado bien a la esposa de Felipe VI, siempre pasa algo. Pero en esta ocasión la cosa se está descontrolando: dos pollos en 24 horas. Abandonó España con una pelea más que evidente con su marido durante la despedida con honores en el aeropuerto militar de Madrid, que Pilar Eyre relata así: "Felipe está ceñudo, mirándola, 'ya estás otra vez con tus cosas'. En la puerta ella hace un gesto, 'a ver qué quieres que haga'. Ella sonriendo porque sabe que la graban, pero diciendo 'qué quieres que haga, dímelo'. Él no vuelve a prestarle atención, le da la espalda de forma maleducada, no le hace ningún caso. Pero en la escalerilla se da el fenómeno que Letizia se coge del brazo de su marido y ya no se suelta. Esto solo sucede en el extranjero, aquí no se cogen nunca del brazo".
Este primer numerito del tipo matrimoniadas podría estar detrás del siguiente episodio singular de la consorte, que se ha producido hace pocas horas durante la cena de gala ofrecida por Guillermo y Máxima, monarcas holandeses, en el Palacio Real de Ámsterdam. La imagen oficial, la que pasará a la posterioridad, es inédita. Los cuatro reyes y reinas, acompañados por la princesa y heredera Amalia, más las veteranas Beatriz y Margarita, tuvieron que ser sentados por unos servicios de protocolo locales alterados. Parecían chiquillos en la escuela. ¿La razón? La reina española. Un problema de salud repentino lo puso todo patas arriba. La reina Letizia estaba impedida, no podía caminar ni mantenerse en pie. Los pies, los malditos pies. O mejor dicho: los tacones infinitos que acostumbra a llevar la royal, y que la están masacrando.
Los pies de la reina reclaman a gritos una tregua, pero no hay manera. Letizia sufre dos afecciones crónicas: el neuroma de Morton, un engrosamiento del tejido en torno a los nervios, y una metatarsalgia, un ganglión: los cojines se inflaman y resulta complicado andar por el dolor. Vete a saber si era eso lo que le hacía fruncir el ceño antes de partir hacia los Países Bajos, y el motivo del malestar con su marido. La tranquilidad entre la pareja es frágil desde el escándalo Jaime del Burgo, y cualquier chispa puede provocar un nuevo incendio. Ya llevaba tacones altos al aeródromo español, empeorando su estado. 24 horas más tarde, petaba. Y tenía que presentarse a la cena de gala prácticamente fuera de combate. Vean qué pasó en el besamanos: todo el mundo derecho, menos ella, sentada en un taburete o una silla. Da igual, la cuestión es que estaban a diferentes alturas, desequilibrados.
Durante la recepción y la posterior cena asistimos a un festival de caras de póquer de la española, signo inequívoco de su incomodidad. A pesar de haber abandonado sus calzados más extremos, y causa de sus problemas podológicos sin solución aparente, dolía. Los pies, pero también el orgullo. Se sabía blanco de todas las miradas y de los fotógrafos, la portada la ha puesto en bandeja. El rictus de Máxima, para enmarcar. Resume perfectamente la estupefacción de la velada... y de la visita oficial española. Vaya cuadro.