Sofía vuelve a casa. Su primer curso de Bachillerato en el elitista internado UWC de Gales le ha pasado volando. Normal: una adolescente que se marcha de un nido tan cerrado y problemático como el suyo, habrá disfrutado de lo lindo la experiencia. Y aunque suene raro, estará deseando que las vacaciones pasen rápidamente para volver a recuperar su día a día lejos del estricto control materno. Sí, Letizia continúa igual: no es una madre, es también una controller. Fiscaliza cada paso de la menor, como ya hizo con Leonor. Una costumbre que provoca efectos contrarios a los deseados, por descontado: el exceso de celo se le gira en contra. Eso sí, la reina de España es muy larga, y se acaba enterado de todo. Cuando Sofía vuelva a poner un pie en Madrid, le leerá la cartilla. Ha descubierto su secreto.
Todo a raíz de una actividad que no aparece en la agenda oficial del centro y que supone una violación absoluta de las normas maternas. Cada domingo la hija de Felipe VI peca, y peca, y peca. Se reúne con las y los compañeros con quien ha hecho grupo en el internado y se desata sin miramientos cerca del océano Atlántico, zampándose hamburguesas, patatas y alimentos prohibisídismos en una ceremonia de nombre 'pijo': el llamado brunch. Un desayuno-comida copioso donde cabe de todo; desde unos huevos Beneddict chorreando salsa holandesa, hasta una smash burguer doble con queso cheddar, béicon crujiente, ketchup y un buen brioche con mantequilla. Se pone las botas, vaya. Letizia era ajena a este festín, porque no consta en los papeles. Cosa que, conociendo su manía por la alimentación y la dieta, supone una afrenta indiscutible.
'Monarquía Confidencial' le chafa el secreto a Sofía y le advierte: "Aunque sea un solo día a la semana, no gusta a la reina Letizia". La consorte está decepcionada con su hija, pero también con el centro educativo, que fomenta todo aquello contra lo que lucha desde hace años: "La prevención de la obesidad infantil". Obtuvo grandes éxitos en esta batalla cuando las niñas eran de corta edad y asistían al Colegio Santa María de los Rosales, haciendo la puñeta al resto del alumnado, que temían la hora de comer. Con el cambio de la princesa a Gales, primero, y después a la Academia General Militar de Zaragoza, no tuvo tanta suerte. Los tentáculos no llegan tan lejos. Y claro, sus hijas empezaron a adentrarse en el mundo de las grasas, de los procesados, de salsas y calorías en abundancia. También del disfrute palatal. Otro mundo.
Sofía, según las fuentes del centro consultadas por el digital, es tragona. "No rechaza ningún alimento, es diferente a Leonor. De vez en cuando se salta la dieta". Pero no se imaginaba que el UWC lo pondría tan fácil con el maldito brunch. Ya llevaba mal el menú habitual del comedor, que desentonaba con sus creencias, pero esto es un asunto mucho mayor. Sofía pierde la cabeza por un bigmac. Es su placer inconfesable. A Letizia le está dando algo.