Aunque en las apariciones públicas hagan el papelón que son muy amiguis y se llevan de maravilla, a nadie se le escapa que lo que hacen las dos cuñadas es comedia. Teatro, pero no del bueno, sino del malo. Por mucho que en algunos momentos parezca que tienen afinidad, a menudo no pueden esconder lo que realmente sienten la una por la otra. La reina Letizia y la infanta Elena son la noche y el día. Pero las dos forman parte de la realeza española, con el nexo en común personificado de Felipe, marido de una, hermano pequeño de la otra. Nunca se han caído bien ni nunca lo harán, todo y que en los principios de su relación, cuando la asturiana llegó a la familia, la Borbón incluso aconsejó en materia estilística a Letizia, recomendándole, incluso, a uno de sus diseñadores de cabecera, Felipe Varela. Aquí las dos, como si nada, haciendo el numerito sonriente:

Elena y Letizia / GTRES

Y aquí la verdadera cara, la realidad evidente: no se soportan:

Letizia, Elena y Cristina
Elena, Felipe y Letizia
Elena y Letizia

La cosa viene de lejos y con el tiempo no ha hecho sino empeorar, y más, teniendo en cuenta que la reina no puede ni ver a su suegro Juan Carlos, padre de Elena y de quien la infanta está muchísimo, cosa que tampoco ayuda para ver con mejores ojos a su cuñada. Es sabido que cuando Letizia llegó a la familia, la última en conocer fue Elena, que la guipó enseguida: "Cuando conoció a Letizia fue todo muy cordial, pero Elena ya sabía que eran la noche y el día". ¿Primeras impresiones en sentido inverso?: que la infanta tenía "un carácter retraído, que le costó descifrar". Son afirmaciones que se recogen en un nuevo libro que dará que hablar: Elena, la infanta castiza, de Núria Tiburcio, donde también se leen otras jugosas revelaciones.

 

En el libro ha muchos momentos que dejan claro por dónde van los tiros sobre el origen de la enemistad que se profesan las dos. Por ejemplo, las burlas de Letizia a los Borbones que se recogían en el libro Adiós, princesa, de David Rocasolano, primo de la asturiana: “Poco le importa a Elena lo que pensaran, pero no perdona una traición como aquella a unas personas a las que se le abrieron todas las puertas”. También se recuerda el feo de Letizia a su suegra Sofía en la Catedral de Palma, en el 2018, limpiando un beso en la frente de la abuela a la nieta Leonor ("Tras aquel momento, que Elena no olvida, sus encuentros con su cuñada han sido contados. Apartada de la agenda real, no coincide nunca con ella, ni siquiera cuando visita la Zarzuela para ver a su madre o para practicar equitación. Aquel fue el punto de no retorno"). Tiburcio también pone encima de la mesa que una de las cosas que más le han llamado la atención, en negativo, es la obsesión de Letizia por guardar la privacidad de sus hijas Leonor y Sofía, y sobrinas de Elena: "para ella, sus sobrinas, representan el futuro de la Corona y los españoles debían conocerlas".

La familia real, con la reina Sofía y la infanta Elena / GTRES

Pero lo que destaca la autora es el motivo que hizo que Elena le pusiera para siempre una cruz a su cuñada. El motivo más doloroso para la infanta, que pasó justo después de uno de los momentos más duros de su vida, su separación con Jaime de Marichalar, con quien Letizia compartía una bonita amistad. Explica que él siempre ha sido un apoyo para la reina desde que aterrizó en Zarzuela, "ambos han se profesan un cariño y aprecio mutuo, que no desapareció tras la separación de los por entonces duques de Lugo". Explica Tiburcio que “la esposa de don Felipe se convirtió en un baluarte de Jaime, en aquel momento roto por el ‘cese temporal de su convivencia’. Ambos sabían lo que era formar parte de la familia Borbón, y se entendían mejor que nadie”. Amistad que para Elena fue "la gota que colmó el vaso".

Jaime de Marichalar y Letizia

Para Elena, fue una traición en toda regla el posicionamiento descarado de ella con él después de su separación. Y justamente en el 2014 se produjo una imagen que enfureció a Elena, cuando la entonces princesa de Asturias fue a dar el pésame a su excuñado después de la muerte de su madre, Concepción Sáenz de Tejada, "y se les vio paseando cogidos del brazo". Una imagen que removió por dentro a Elena, una imagen que fue como si le clavaran en el corazón (o por la espalda) un puñal: "A Elena le costó perdonarle lo que ella considera un desprecio". Des d'aleshores, Elena evita tant com poc Letícia. És més, assegura l'escriptora que "si coinciden, la conversación es corta: '¿Hola, ¿qué tal? ¿Cómo están los niños? Adiós"...  Con cuñadas como ellas, no les hacen falta enemigos.