La reina Letizia, reconocida por su elegancia y sofisticación, se encuentra en medio de una batalla silenciosa contra un problema de salud que ha comenzado a afectar su rutina diaria. A lo largo de los años, ha lidiado con un doloroso trastorno en los pies que ha empeorado en los últimos tiempos, forzándola a someterse a inyecciones regulares para mitigar el dolor y continuar con sus compromisos oficiales.

La condición que padece Letizia es el neuroma de Morton, un trastorno que provoca una inflamación en los nervios del pie, particularmente entre el tercer y cuarto dedo. Esta afección genera una sensación incómoda, como si tuviera una piedra en el zapato, y puede acompañarse de dolor agudo y entumecimiento. Además, la reina sufre de metatarsalgia crónica, lo que contribuye a una experiencia de dolor constante en la planta de sus pies.

Felipe, Letizia y Sofía en Marivent EFE

La reina Letizia paga un alto precio por ir siempre elegante

Un factor importante que ha contribuido al empeoramiento de su malestar es el uso frecuente de tacones altos, que son parte integral de su vestuario para eventos oficiales. De hecho, forma parte del protocolo. A pesar de que los especialistas le han sugerido utilizar zapatos más cómodos y de tacón bajo, saltándose la norma, la reina Letizia prefiere respetar la etiqueta real exige que Letizia mantenga una estética que frecuentemente incluye tacones de entre 5 y 7 centímetros. Esta presión por mantener el protocolo real ha hecho que el dolor se convierta en un compañero constante en su vida.

Letizia sentada Máxima Guillermo Felipe EFE

Para combatir este dolor persistente, Letizia ha recurrido a infiltraciones de corticoides, un tratamiento comúnmente utilizado en estos casos. Sin embargo, a pesar de estos esfuerzos, su situación no ha mejorado como se esperaba. En meses recientes, sufrió un accidente doméstico que intensificó su dolor, ya que se golpeó los dedos de un pie, lo que le ha llevado incluso a cojear en algunas de sus apariciones públicas.

Aunque el daño por el golpe ha sanado, las secuelas siguen presentes, y el dolor crónico se ha agravado, lo que aumenta su dependencia de las inyecciones y otros tratamientos médicos. La necesidad de estas intervenciones constantes ha suscitado preocupaciones entre sus allegados, quienes temen que esta situación pueda interferir con sus compromisos reales y su bienestar general.