El Barça sigue haciendo historia en el fútbol femenino, sumando una nueva Copa de la Reina al destrozar, futbolísticamente, a la Real Sociedad de San Sebastián por un contundente 8-0. Y pudieron ser algunos más los goles que reflejaba el marcador del estadio de la Romareda en Zaragoza, un auténtico festival de las chicas entrenadas por Jonatan Giráldez. El duelo provocó el desplazamiento de miles de aficionados y aficionadas del País Vasco y Catalunya, con un comportamiento exquisito, animando sin descanso. Especialmente loable, en este sentido, el coraje de las donostiarras, con la moral intacta a pesar de la tormenta. El conjunto del público disfrutó de cerca de algunos espectáculos más, como los del palco de autoridades. Aquello estaba lleno hasta los topes, con toda una reina de España (sin la recluta Leonor, a pocos kilómetros de allí) volviendo a presidir el trofeo que lleva su nombre. Letizia se saltaba la cita desde hacía años, pero ahora estamos en otra era. Por lo que sea.
A la reina el fútbol no le gusta más allá de un encuentro con amigos y cañas, olivas y ganchitos, pudiendo desconectar el 95%, del tiempo reglamentario en una charla con quien tenga al lado. Tampoco tener que presidir este acto en concreto, aunque ella, en realidad, sea un animal interpretativo que se gusta en situaciones de exposición pública. No tiene pánico escénico, pero el deporte de la pelota y su mundo sí que la incomodan. Y diremos más: le molesta más seguir el desarrollo del partido que la pitada monumental que se llevó mientras sonaba el himno de España. Mucho más.
Letizia, como el resto de asistentes y teleespectadores, percibieron muy pronto que aquello olía a goleada. Quizás no tan contundente como la que reflejó el resultado final, pero claro: hablamos de un Barça al nivel del de Guardiola, del Brasil del 70. Un fenómeno que tarda muchos años en repetirse, si es que se da el caso. Un aficionado o aficionada sigue el partido con el interés que suscita el hecho histórico y deportivo; una reina a quien no le gusta el fútbol aguanta estoicamente haciendo el papel que le corresponde y que le pagan. Pues no, ella parece pensar únicamente en una cosa: ¿'Cuándo se acaba esto?' La imagen que lo demuestra: minuto 73 de partido, 8-0 en el marcador. Quedaban 17 más de exhibición. Más que aburrida. No le impresionaba el partido ni el Barça, no.
Acabado el suplicio, volvió la Letizia que conocíamos. La mandona, la sobreactuada, la que necesita hasta dos "apuntadores". Una, la vicepresidenta primera de la RFEF, María Ángeles García Chaves, a la que frio a preguntas. Después descubrimos al hombre colocado en la fila superior, que se lo iba chivando todo. Nombres de jugadoras, protocolo, datos, consejos, órdenes. El asistente, fotografiado y retransmitido por televisión, es una especie de ventrílocuo de primera. La reina felicitó a la capitana de las perdedoras, Nerea Izaguirre, dándole la mano con violencia e insistencia eterna. La vasca no sabía exactamente qué hacer, y aguantó con una sonrisa. Después vendría Alexia, a la que Letizia conoce vagamente, pero es la única futbolista que retiene en la memoria. Nuevamente, apretó la mano de una Putellas que quería liberarla: 'Señora, suélteme el brazo' es la frase que mejor lo define. Para rematar, una última orden a la reina culé, un gesto autoritario de 'venga, por aquí, adiós.' Ya podía haber estado tan diligente con la Federación española y su trato humillante con las medallas de las jugadoras. Letizia, qué noche.