Letizia detesta todo lo que tenga que ver con su suegro Juan Carlos, a quien odia profundamente y nunca se ha escondido de dejárselo claro. Todo lo que haga tufo de emérito, lo borra del mapa. Con el padre de su marido a kilómetros de distancia, apartado de Zarzuela, la reina sigue eliminando cualquier rastro que haga pensar que en palacio se haga algo que tenga que ver con él. Es cosa del pasado, para ella ni existe. Ni él, ni sus aficiones heredadas por su marido. O en este caso, más que aficiones, lo que ella considera vicios.
Ya sabemos que si hay una cosa que saca de quicio a la asturiana es la alimentación. La suya, la de sus hijas y la de su marido. Controladora hasta el límite, en casa se han pasado muchos años cenando sopa de acelgas, comiendo cosas sanas, eliminando de sus dietas los azúcares y la bollería industrial y todo tipo de productos que Letizia considera obra de Satanás. Y si para continuar con su obsesión healthy tiene que hacer que Felipe se quede sin un caramelito, no se corta un pelo. Bien, más que un caramelo, otra cosa de comida, salada, calórica y que la reina detesta. Por eso ha dicho que ya es suficiente.
Uno de los vicios de Felipe, que si podía, satisfacía un golpe por semana, era autorregalarse un kebab para comer. Un durum o un shawarma con todo: salsa picante, de yogur y muchas cosas dentro. Una delicatessen a ojos del Borbón, aprendida y heredada de su padre Juan Carlos. El rey enviaba cada semana a uno de sus guardaespaldas a buscarle un kebab para zampárselo en palacio. ¿De dónde? De un pequeño local de Madrid donde a menudo Juan Carlos y Sofía hacían un pedido, cosa que emocionaba a su hijo Felipe, gran amante de este manjar. De hecho, desde el instituto que Felipe y sus padres encargaban los kebabs en el mismo establecimiento... Hasta que a Juan Carlos se le fue la mano, hasta que empezó a cazar elefantes, hasta que no se escondió tanto como antes a la hora de encamarse con cualquier mujer que no fuera la reina Sofía.
Juan Carlos se hizo amigo del propietario del local de kebabs, un tal George, el cual se enorgullecía de cocinar para los reyes y de tener mucha confianza con los eméritos. Pero cuando estallaron los escándalos, Juan Carlos dejó de recibir tantos pedidos como antes. Y ya no digamos cuándo se marchó hacia Abu Dabi. Y es que ahora, los pedidos procedentes del kebab han desaparecido. Felipe se ha quedado con las ganas y sin su vicio. Dicen que por orden de Letizia, que quiere alejar y borrar cualquier rastro del pasado de Juan Carlos en Zarzuela, y por eso, esta prohibición de comer kebabs de Felipe. Así ha conseguido matar dos pájaros de un tiro: alejar de Felipe la comida que a ella no la convence y alejar, de paso, una costumbre que provenía de la época en la que su suegro querido era el rey del mambo.