Mario Vargas Llosa no anda fino últimamente. Tiene la cabeza en otro mundo, está despistado, la pifia constantemente. El premio Nobel de Literatura de 86 años y pareja de Isabel Preysler está protagonizando episodios bastante vergonzantes en público. Sus discursos son el hazmerreír. Un cambio que celebramos, porque el peruano no acostumbraba a hacer reir a nadie. Sólo alimentaba el ego de los fachas y molestaba a catalanes, vascos y a todos aquellos no comulgan con las teorías ultranacionalistas españolas y los monolingües mesetarios. Por eso, pues mira, es un avance. Y un descanso. Ahora bien, este nuevo hábito tendría que hacer sufrir a su entorno. Algo no va bien, está peor que de costumbre.

Tuvimos una muestra inequívoca de su bajón hace algunas semanas, cuando presentaba un acto de una fundación muy de derechas y que servía exclusivamente para alabar, adular y lamer los pies de Isabel Díaz Ayuso. Fue horas antes de ir a celebrar su fiesta y homenaje con la flor y la nata de la naftalina españolista. Por lo tanto no se podía argumentar que le hubiera sentado mal alguna copita de espumoso con el estómago vacío. No, era consciente de hacerle la pelota a Ayuso hasta límites delirantes. La comparó con el que, según su criterio, ha sido el mejor presidente de los EE.UU. Ronald... Goebbels. Quería decir Reagan, pero el subconsciente es puñetero. Y le salió el ministro de propaganda nazi de Adolf Hitler. Ayuso, Hitler, Goebbels. Vargas Llosa. Un pack. Ejem.

Han pasado las semanas y el ridículo se ha vuelto a manifestar. Vargas Llosa era el premiado con el Capote de las Artes 2022, una distinción importantísima de la muerte en un evento lleno a tope de amantes de la tortura animal. El escritor recibía el galardón de manos de la infanta Elena, muy conocida por su afición a este espectáculo lamentable y casposo. La madre de Victoria Federica (con la que no se habla) y Froilán había sido la destinataria del capote en 2019, y le habían encargado entregarlo al novio de la Preysler. Todo eran sonrisas y buenrollito hasta que el hombre perdió la cabeza, pifiándola y hundiendo a otra miembro ilustre de la Casa Real y de los Borbones: la princesa Leonor.

Mario Vargas Llosa y la infanta Elena / Europa Press
Mario Vargas Llosa / Europa Press

El hombre sufría un lapsus y se refería a Elena, de pie a su lado, como Leonor, heredera del trono español. La sala reventaba en carcajadas, claro, por la metedura de pata del señor. Ninguna de las dos estarán contentas, eso sí. Leonor porque la han confundido con una de las más antipáticas de la familia. Y 'doña Elena' porque parece que le toquen las narices con la gran espina que tiene clavada: a pesar de ser la primogénita de Juan Carlos y Sofía, la apartaron de ser reina. Cosa que con la hija de Felipe y Letizia no pasará. El pasado la persigue.

Mario Vargas Llosa pifiándola ante la infanta Elena / Europa Press
La princesa Leonor / GTRES

Vargas Llosa va corto de fósforo, la memoria le hace jugarretas. Que alguien tome medidas, no pinta bien.