La visita de Enrique de Sussex a Londres para promocionar los 'Invictus Games' ha acabado y el balance de daños es importante. Su presencia en el Reino Unido es incómoda, especialmente para buena parte de sus familiares. Excepto los parientes por parte de madre, Diana de Gales, el resto actúa al unísono como un muro infranqueable. Cuando el marido de Meghan Markle decidió abandonar 'The Firm' firmó su sentencia de muerte. Y los ataques, revelaciones e intimidades vergonzosas que explicó en su libro de memorias, destapando conductas racistas por parte del padre Carlos y la cuñada Kate Middleton, lo han dejado sin capacidad de apelación, ni tampoco ninguna posibilidad de clemencia. Nadie lo quiere a su lado. Y cualquier actividad, incluso una manicura o la observación del vuelo de la mosca de la fruta, es más urgente que dedicarle su atención. El baño de realidad de estos días es demoledor.
La ausencia de contacto entre el rey enfermo de cáncer y su hijo expatriado es la pincelada gruesa, pero también tenemos el trazo finito de birlarle honores militares y condecoraciones, una cuestión que hace daño al orgullo de un Enrique siempre orgulloso e implicado en las fuerzas armadas británicas. Los dos regalos envenenados de bienvenida pasaron factura en la catedral de San Pablo, donde se ofició un servicio religioso que le provocaba temblor de piernas. En los alrededores del templo, decenas de curiosos, fanáticos y peatones en general se convertían en su quebradero de cabeza. Presagiaba un abucheo público que alteraba totalmente su conducta. Sobreactuado, a la defensiva, vulnerable. Afortunadamente, los allí congregados tenían buenas intenciones. Pero Enrique no se sacudía sus demonios. Ha pasado dos días horribles en su antigua casa.
La venganza, sin embargo, ya se ha servido y con precisión y frialdad quirúrgica. Y quien la ha ejecutado ha sido Meghan Markle, su mujer. Recuerden que la actriz norteamericana rechazó acompañar a Enrique en este viaje. Un extremo significativo, porque siempre la hemos visto a su lado promocionando la causa de los Invictus, los juegos olímpicos para militares heridos y veteranos. De hecho, la siguiente parada del tour era en Nigeria, país que desde hace unas horas acoge al matrimonio. Se suponía que Markle volaría directamente desde Los Ángeles a Abuya, capital del país africano, y que el hermano de Guillermo de Gales se vería allí con ella. No fue así: la pareja se encontró de manera secreta en el mismo Londres, pero sin salir del aeropuerto internacional de Heathrow. Meghan no quiso pisar el reino del enemigo, más allá de la zona franca, liberada, sin bandera. Una humillación para compensar el maltrato a su amado. Empate. O casi.
El encuentro en la sala VIP Windsor Suite del aeropuerto, una subterminal para ricos y millonarios, se alargó más de la cuenta. El comandante del avión de British Airways que tenía que pilotar el vuelo se puso enfermo, y la búsqueda de un recambio se demoró. Una vez en el avión, se instalaron en primera clase, escondidos detrás de una cortina para evitar las miradas de los fisgones. La salida de la aeronave también fue particular: todo el pasaje tuvo que esperar sentado mientras Enric y Meghan saludaban a los tripulantes. Después, una furgoneta los trasladó a la suite presidencial de un hotel de la capital, donde se habrán puesto al día de los acontecimientos y afrentas vividas en Londres. Una pesadilla.
Prince Harry and Meghan Markle arrive in Nigeria for tour to promote Invictus Games: Sussexes fly in for private 72-hour trip of the African nation - after secretly reuniting at Heathrow Airport https://t.co/w998kwfxPl pic.twitter.com/90tgrTk7Ej
— Daily Mail Online (@MailOnline) May 10, 2024