Este 14 de mayo ha empezado la segunda visita de estado de los nuevos reyes de Dinamarca. Si la semana anterior el destino era Suecia, ahora le ha tocado a Noruega. Países vecinos, monarquías hermanadas, territorio amigo. Los estrategas de la Casa Real danesa están ejecutando una operación de blanqueo de gran alcance, después del enorme terremoto provocado por Federico X y Genoveva Casanova, con Mary Donaldson como agraviada. Hay que presentarlos como un matrimonio feliz, especialmente en el día que celebran 20 años de casados, y la colaboración de las monarquías de su alrededor es esencial para alcanzar los objetivos. Todos reman a favor.
Remando precisamente no, pero la llegada de los soberanos a la capital de Noruega ha sido, nuevamente, a bordo de la embarcación real, el Dannebrog. Al tocar puerto eran recibidos por la Familia Real local: el cuestionado, enfermo y consumido rey Harald V, la consorte Sonia, el príncipe heredero Haakon y su mujer, Mette-Marit. El protagonismo como anfitriones, una vez más, recaía sobre los príncipes noruegos. Son, de facto, los reyes del país, pero la tozudez del anciano Harald no permite hacer el traspaso oficial. El resultado, estampas dantescas con un señor impedido sentado en una poltrona, viendo el espectáculo a distancia. Extraño, impropio. Anacrónico. Pero, vaya, que esto es el pan nuestro de cada día cuando hablamos de monarquías.
El saludo entre Federico, Haakon, Mary Donaldson y Mette-Marit representa perfectamente eso de la extrañeza. Y en este caso, cómica: el numerito en el puerto de Oslo ha sido una charlotada. El rey danés besaba a Mette-Marit, mientras Haakon hacía lo mismo con la reina danesa. Al intercambiarse los papeles, el caos. Parece que ninguna de las dos plebeyas ascendidas a royal sabían como comportarse. O mejor dicho, Mary Donaldson parecía confusa. La relación con la princesa noruega se remonta a hace unos cuantos años, no son desconocidas e incluso podemos percibir que hay sintonía entre ellas. Se consideraban iguales, de alguna manera. El pasado 14 de enero todo cambió. Una subía un peldaño, la otra tiene que esperar su oportunidad. La jerarquía es diferente.
Mary estaba muy dubitativa, no sabía como acercarse a la noruega. Se hacía un lío. Mette-Marit sí que lo tenía más claro, pero el comportamiento de la danesa la confundía. El beso entre ellas, sin tocarse, era ridículo. Después llegaba el momento genuflexión, un gesto que tampoco hacía sentir confortable a la visitante. Resulta revelador ver la reacción final de la consorte, haciendo un gesto con la cabeza que lo dice todo: qué absurdo. Dos royals sin sangre azul que se dan cuenta de la charada de la liturgia monárquica.