La política española, excepto algunas excepciones, es la primera línea de defensa de la monarquía. Gracias a las maniobras de PSOE, PP, Ciudadanos, VOX e incluso Podemos, el régimen puede respirar con relativa tranquilidad, a pesar de los escándalos que rodean a una institución caduca, inútil y nada edificante. Lo que está pasando con Juan Carlos I es un ejemplo paradigmático de esta protección. Bueno, lo que ha pasado durante toda la vida. Incluso cuando Iñaki Urdangarin fue juzgado por corrupto y fraudulento por el Caso Nóos: el establishment se resistía a admitir que si el vasco hacía trapicheos impune y descaradamente era gracias a las indicaciones de su suegro, el hombre más poderoso del país. Por eso se montó la que se montó cuando citaron a declarar a la infanta Cristina, la mujer que no sabía nada de lo que hacía su marido. Los Borbones son intocables porque hay quien no permite que se los toque.
Urdangarin no tiene sangre azul en las venas, cosa que lo convierte automáticamente en un pelele al que zurrar sin ningún tipo de problema. Mientras su matrimonio con Cristina seguía vivo, sin embargo, ha disfrutado de ciertas prebendas a pesar de acabar en la prisión. Pero la constatación de sus aventuras con otras mujeres lo ha desnudado. Ahora es una paria, adúltero, corrupto, mentiroso... Lo tiene todo. Y no decimos que no se haya ganado estos títulos, no. Pero que quieran hacernos creer que nadie sabía cómo era la vaca cuando la compraban no se lo cree nadie. Y todavía menos que no haya aprendido nada de su familia política, especialmente del patriarca. Iñaki era el yerno favorito del rey. Normal, tampoco es que tuviera mucha competencia: Jaime Marichalar, bueno, en fin. Y Letizia es su bestia negra. No había más opciones.
El deporte nacional de este comienzo de 2022 es dar bofetadas a Urdangarin, que ha jugado con fuego y se ha chamuscado a lo bonzo. La humareda que sale de su figura sirve además para tapar el tufo a porquería que llega desde Abu Dabi, donde Juan Carlos prepara su vuelta después de año y medio de huida. Debe ser su último servicio a la Corona antes de que llegue el divorcio y su expulsión definitiva. Es un buen yerno, obediente, aplicado, generoso. Y expuesto, muy expuesto. Ahora bien, si la tropa cortesana piensa que los 197 centímetros del exjugador de balonmano pueden esconder las miserias de Zarzuela, van errados. Lo piensan muchos ciudadanos e incluso algunos políticos con responsabilidades importantes, que osan salirse del guion y le llaman al pan pan, y al vino vino. Uno de ellos es Miguel Ángel Revilla, presidente de Cantabria. Él, que fue uno de los que se habían creído la falsa historia de monarca modélico de Juan Carlos, hoy en día no puede ni quiere verlo. Ni en pintura: "La mayor decepción de mi vida. Me da igual lo que haga, salvo que viniese aquí a devolver lo que tiene fuera, a pedir perdón".
Miguel Ángel Revilla, contundente con Juan Carlos I: "Ha sido la mayor decepción de mi vida" https://t.co/TcI1IPolW8
— laSextaNoche (@SextaNocheTV) February 6, 2022
Miguel Ángel también habla de Iñaki, claro. Reafirma lo que dijo años atrás, en 2017, que era "un jeta que pegaba sablazos". Mucha cara, sí, pero un protegido de su suegro, con el que "hacían negocios juntos". Van en el mismo saco, son la misma cosa: gente que se ha querido aprovechar de su posición privilegiada para enriquecerse a costa de un país que los tenía en un altar. Los detesta. Y se atreve a decirlo, no como los Felipe González, Guerra, Bono, Aznar y un largo etcétera de políticos que hacen la croqueta al emérito y a todo lo que representa.
Revilla tiene muchos defectos, pero de vez en cuando hace y dice cosas que valen la pena. Se siente engañado, y no calla. Nunca más.