La figura de Paloma Rocasolano, madre de la reina Letizia, ha sido una constante en los terrenos de la Zarzuela durante años. Su cercanía con los reyes y, en particular, con sus nietas, la princesa Leonor y la infanta Sofía, le permitió ocupar un espacio casi protagónico en el día a día de la familia real. Esta relación, sin embargo, no estuvo exenta de polémica, especialmente por los privilegios que Rocasolano llegó a disfrutar dentro de la residencia oficial.
Desde el principio, la madre de la reina asumió un rol activo, ejerciendo de abuela cercana y acatando con disciplina las normas estrictas impuestas por Letizia. Esto contrastó con la reina Sofía, quien en ocasiones encontró barreras para compartir tiempo con sus nietas. La reina emérita, según varias fuentes, no escondía su descontento al observar cómo Paloma gozaba de una libertad absoluta para acceder a Zarzuela e incluso pasar temporadas allí.
Paloma Rocasolano se convierte en la otra reina de palacio
Y mientras ejercía su rol como abuela, Paloma ha hecho uso excesivo de ciertos privilegios en Zarzuela. Tenía habitaciones asignadas para su comodidad, algo que generó cierto recelo en los círculos cercanos a la familia real. Además, la madre de la reina disfrutaba de servicios como el uso del lavado de ropa para sus trajes y los de su pareja. También comía reiteradamente en Zarzuela o se llevaba comida a casa, especialmente durante las fechas de celebraciones como las fiestas navideñas, en las que la despensa de Zarzuela está bien aprovisionada.
Uno de los ejemplos más comentados tiene que ver con su preferencia por productos de lujo. Según testigos, Paloma tenía un gusto especial por el caviar de Beluga, un manjar cuyo precio supera los 700 euros por cada 100 gramos. Lo peculiar no era solo su disfrute de este exquisito producto, sino que lo pedía preparado en bocadillos, algo que desconcertó tanto al personal como a quienes conocían de estos hábitos.
Estos comportamientos no pasaron desapercibidos. La reina Sofía, acostumbrada a protocolos más estrictos, veía con incomodidad cómo su consuegra tenía carta blanca en un lugar que durante décadas consideró su hogar. Aunque Paloma había logrado posicionarse como una figura cercana y confiable, su relación de privilegios terminó siendo cuestionada.
A Paloma Rocasolano se le acaba el chollo
El punto de inflexión llegó tras el alejamiento de la princesa Leonor y la infanta Sofía de Zarzuela, cuando el rey Felipe VI decidió establecer controles más estrictos sobre las visitas de Rocasolano. Con la salida de las niñas, se argumentó que la presencia constante de Paloma ya no era necesaria.
Desde entonces, se han limitado los privilegios y el acceso desmedido a los recursos del palacio. Lo que antes parecía un trato especial se ha convertido en un tema del pasado, dejando entrever que incluso en la familia real, los excesos tienen un límite.