El "juancarlismo" sigue vivo, a pesar de que con respiración asistida. A pesar de algunos simulacros de deserción pública, tiene a un representante mediático que, cada semana, le absuelve de su colección de pecados capitales. Jaime Peñafiel, claro está. Un perdón que expresa a través de la contundencia con la que ataca al hijo y Rey, Felipe VI, a quien no perdona "la humillación del 16 de marzo", cuándo le retiró la paga y "renunciaba" a su fastuosa fortuna, amasada gracias a las escandalosas "donaciones" que afloran cada semana.
Peñafiel dedica su página en 'El Mundo' a hablar de lágrimas: las de Isabel Díaz Ayuso, de la que se declara fan absoluto, y de la Reina Sofía el 7 de abril de 1993, fecha de la muerte de Don Juan, padre de Juan Carlos I. "Medía España lloró con esas lágrimas, y la otra media se contuvo por pudor". Parece, como mínimo, algo atrevido. Se referirá a la España cortesana, claro. Sea como sea, habla de la ternura de la emérita con su marido infiel, que nunca le correspondió. Juanito, en aquel momento, "se sentía solo con su dolor por la traición que ejerció sobre su padre, cuando aceptó ser el heredero no de él, sino de Franco". Un trono manchado y bendecido por el fascismo, y que es el que ostenta actualmente su hijo, desagradecido aunque "carne de su carne", al ser tan traidor como el padre. Hace un vaticinio funesto sobre el Borbón sénior y su heredero: "mucho me temo que el día que muera Juan Carlos, su hijo derrame lágrimas de sangre, recordando el desgarro personal y la humillación pública a la que le sometió". Si fuera por Peñafiel, Juan Carlos seguiría siendo el titular de la Corona, y sus negocios sucios sólo "pecados comprensibles de juventud".
Lo que está por ver cuándo fallezca Juan Carlos es si cumplirá eso de renunciar al superbote de Zarzuela. 20 a 1 a que "dónde dije Diego, digo Juan Carlos".