Juan Carlos I "ni está, ni se le espera" en Madrid. Sigue en el escondrijo de los Emiratos esperando, sin éxito, su vuelta a Zarzuela. Quizás hoy está desayunando con una noticia que le ofrece esperanza: la victoria de Ayuso y VOX en las elecciones madrileñas. La derecha saliva con una visión: que la presidenta de la Comunidad dé el salto a la política nacional y arrebate el poder a Pedro Sánchez y al PSOE. Según explica la cronista real mejor informada, la catalana Pilar Eyre, "no regresará mientras los socialistas estén en el poder". Es lo que le dijo su fuente, que a pesar de las campañas de desprestigio que han puesto en marcha contra la de 'Lecturas', "nunca me ha fallado". Esta posibilidad, la de un cambio en La Moncloa que haga más fácil la vuelta del emérito a España, quizás llegará demasiado tarde. Como mínimo dos años, una eternidad para el monarca huido de 84. El tiempo corre en contra. Y en Zarzuela empiezan a pensar qué hacer con su legado material, custodiado en un palacio en desuso, fantasmagórico y carísimo: "todo tiene un aire melancólico de acto final"
Felipe y Letizia no viven en la residencia oficial de la Corona, si no que lo hacen en el Pabellón del Príncipe, a 2 kilómetros de distancia. El actual rey lo visita sólo para "trabajar", ya que allí se ubica su despacho. El resto de estancias sólo las ocupa la madre, la reina Sofía, y su hermana Irene. Ahora bien, el ejército de trabajadores que cuidan de Zarzuela sigue intacto y aburridísimo. Eyre hace números sobre lo que cuesta a los contribuyentes el mantenimiento del lugar, con datos que hacen daño: "600 empleados, que incluyen funcionarios, escoltas y 60 conductores para 44 coches, encabezados por siete Mercedes-Benz blindados; dos piscinas, 250.000 euros al año; servicio de limpieza profesional, 893.000 euros anuales y actúa en unas estancias que ya casi nunca se utilizan". Tampoco, evidentemente, la interminable lista de objetos personales de Juan Carlos y que no pudo llevar a Abu Dhabi: "La ropa de civil en un armario, los uniformes en otro, hasta los objetos de tocador siguen en el cuarto de baño. Su silla de ruedas. Y su fabulosa colección de relojes valorada en varios millones de euros (tan solo su Patek Philippe de color rosa cuesta siete millones)". Piezas de lujo extremo que se conservan en vitrinas especiales "provistas de rotores automáticos y temperatura constante". Mención aparte para su afición más detestable, y que supuso su caída a los infiernos: la caza de animales salvajes. Felipe, dice la Pilar, tiene un problema: qué hacer "con el pabellón donde se exhiben los 1.000 trofeos cinegéticos de su padre. Una nave dotada de luz, su propio servicio de seguridad, limpieza y calefacción, pues las piezas -desde un raro rinoceronte blanco de África hasta el pobre oso borracho Mitrofán, cazado Rusia- deben permanecer siempre a 22 grados". Eyre, defensora a ultranza de los animales, se pregunta dónde irán a parar y hace una propuesta con sello personal: "¿Donarlo, regalarlo a los amigos de Juan Carlos o demolerlo discretamente por la noche, sin que nadie se entere?"
El dispendio de la monarquía española acumula polvo y olor a rancio. En Zarzuela, tarde o temprano, todo se acabará pudriendo: los objetos, la herencia y la institución.