Leonor debe estar en estos momentos durmiendo en un camarote en medio del océano Atlántico sin avistar tierra desde que salió de Cádiz el pasado sábado. La escena de Vacaciones en el mar con los marineros despidiéndose con las gorras volando a bordo del Elcano y los familiares llorando en el puerto dejó una estampa inédita. No solo Letizia lloraba desconsolada buscando a "mi chica", mostrando una vez más que Leonor es su hija preferida, su obra maestra. La sorpresa es que Felipe tampoco pudo reprimir las lágrimas. El jefe de todos los Ejércitos llorando bajo la gorra militar porque una soldado adulta, 19 años, y experimentada, ha superado ya el ecuador de su formación militar de 3 años, se va de casa. Pilar Eyre dedica su blog de Lecturas a explicar por qué lloraba Felipe, y no era por la ausencia. Leonor hace 4 años que no vive con él.
Felipe lloraba porque ha empujado a su hija a una experiencia muy dura y sobre todo, innecesaria. Sabe que una pija madrileña no será mejor reina por haber vomitado asustada y mareada en medio de una tormenta eléctrica en el océano. Escribe Eyre: ¿Qué pasaría por la mente de Felipe en esos momentos? ¿A qué se debían en realidad esas lágrimas? Es cierto que la mayoría del tiempo Leonor estará en alta mar, pero hará escalas, nueve concretamente, y en cualquier de ellas puede recibir la vista de sus padres. La princesa de Asturias ya lleva cuatro años fuera del domicilio familiar. Dos en Gales, uno en Zaragoza y este curso en Marín. Esta ausencia, por tanto, no es ninguna novedad, ¡tiempo han tenido de acostumbrarse! Pero quizás por la cabeza de Felipe pasaron las duras experiencias con las que se va a tener que enfrentar Leonor, un desafío totalmente distinto a lo vivido hasta ahora. El programa de la princesa de Asturias es una copia exacta del que él siguió, el 9 de enero del año 1987. En su primera travesía, antes de llegar a Canarias, el barco sufrió una tormenta espantosa, ya que hay una zona de galernas más allá de Cádiz que suelen aflorar en esta época del año. Felipe, un joven imberbe de 19 años que había crecido entre algodones, se tuvo que levantar a medianoche para su primera guardia y cuando salió a cubierta, una ola lo tiró al suelo y se dio un gran golpe en la cabeza. Dos horas más tarde de incesante lucha contra los elementos, otra ola se estrelló contra la proa y rompió un palo, pero hasta cuatro horas después Felipe no pudo volver a su litera. Empapado, exhausto, aun tuvo que ayudar a los compañeros que se mareaban y habían llenado la camareta de vómitos. Allí Felipe no era príncipe, era un crío agotado que se enfrentaba solo, sin la ayuda de mamá, ni de preceptores, ni de asistentes, a cinco meses sin privilegios". Esta es la palabra clave: sin privilegios. Por eso llora Felipe.
Pilar Eyre vuelve a poner de manifiesto el gran absurdo que el segundo cuarto del siglo XXI empiece con una aspirante a buena gobernante instruyéndose como si todavía estuviéramos a la edad media, como cuando los príncipes recibían clases de esgrima y no de geografía. Mientras su hermana Sofía, dos años menor, prepara los libros para empezar en septiembre su carrera universitaria, Leonor, la futura reina, fregará vomitonas a proa flotando en dos océanos sin ver tierra durante semanas para aprender franca camaradería, valores militares y nudos marineros. Todo para satisfacer a una única parte del país: al Ejército. Felipe, con aquellas lágrimas, no sentía nostalgia. Lo que sentía era culpa.