La monarquía británica vive con el corazón en un puño desde hace semanas, a raíz del estallido de una crisis sin precedentes por motivos de salud. Dos de las figuras más importantes de la jerarquía royal están muy enfermas. El rey Carlos III y la princesa de Gales Kate Middleton han tenido que ser intervenidos quirúrgicamente en The London Clinic. Un enigmático problema abdominal de ella, y un agrandamiento de próstata del monarca de 75 años, ponían a Buckingham Palace patas arriba. Sin embargo, las noticias no solo no han mejorado con el alta médica, solo se complican más y más: Carles tiene cáncer. Y Kate estará KO durante meses. Todo es oscuridad y alarma. Si incluso Enrique, el díscolo, ha vuelto al Reino Unido para reconciliarse con su familia. La situación es grave.
Uno de los más afectados está siendo el príncipe Guillermo. Su padre y su mujer fuera de combate y con futuro más que incierto, tres criaturas de las que hacerse cargo, y todo un país con los ojos clavados sobre él. Las desgracias y los problemas nunca llegan solos en esta familia se estila más la tormenta que la llovizna. No lo lleva nada bien, y a pesar de los esfuerzos por transmitir serenidad y normalidad, de vez en cuando se viene abajo. La gran mayoría de los que hayan visto las imágenes del royal anoche, presidiendo una cena de gala benéfica al lado de, por ejemplo, Tom Cruise, pensarán que somos unos exagerados. Que un señor risueño, pasándoselo aparentemente bien, no tiene ninguna angustia ni preocupación importante. Pero la realidad es otra.
Pilar Eyre se hace eco de un vídeo realmente inquietante de la cadena Sky News, captado unas horas antes de la jarana nocturna, durante una recepción en el castillo de Windsor. Era el primer acto oficial de Guiilermo después de hacerse público el diagnóstico de Carlos III. El aspecto del príncipe es desolador. Cansancio, estrés, preocupación, una delgadez nada saludable... tiene muy mala cara. Pero el signo más evidente de su estado anímico es la forma en la que intenta mantenerse de pie y solemne mientras escucha el himno nacional. Se tambalea, se balancea, parece a punto de colapsar y caer al suelo. Despierta lástima, pero también cierto miedo.
El impacto de la secuencia ha sido notable, y el detonante del estallido de un montón de teorías a su alrededor. No todas ellas son enternecedoras, no. Hay a quien apunta a otras causas y nada saludables. ¿La sentencia? Que haría bien en pasar por el médico y que le hagan una revisión a fondo. Y que descanse. No parece en condiciones de asumir ni la corona, ni una eventual tragedia, nada. Al final, ya verás: Enrique acabará siendo rey. Sería el desenlace más bestia, ni los mejores guionistas de Hollywood.