Occidente, un año más, ha homenajeado a los combatientes que participaron en la decisiva Batalla de Normandía, el punto de inflexión de la Segunda Guerra Mundial. La Operación Overlord, ahora hace 80 años, significó la destrucción del régimen nazi. Cualquier ser humano con valores, y por descontado, cualquier régimen que se vanaglorie de ser democrático, se tendría que sentir interpelado en este aniversario. Sin embargo, hay ausencias grotescas, humillantes y lamentables. ¿Vladimir Putin? No, hombre, no. Felipe VI. El de España. El nieto político de Franco, quien prefirió quedarse en Segovia para poner en marcha una fuente del Palacio Real de La Granja que, ironías del destino, también cumplía 80 años. En su caso, 8 décadas inactiva. Vaya país, vaya monarquía. Patética.

Los grandes protagonistas de la jornada, que tuvo actos en localizaciones diferentes, fueron los royals ingleses. A pesar de la delicada situación de Buckingham Palace, con el rey Carlos III y la princesa Kate de Gales enfermos de cáncer, los británicos hicieron un gran esfuerzo para representar a su país. El soberano, la consorte Camila y el príncipe Guillermo, obviamente sin la compañía de su pareja, cruzaron el Canal de la Mancha para acompañar a los 25 jefes de Estado convocados a la cita. El monarca, emocionado en varios momentos, atraía todas las miradas. Pero, sorprendentemente, la que se convirtió en protagonista fue su mujer, que parece haberse aprendido el manual de estilo de su suegra Isabel II al dedillo.

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Carlos III y Camila en Normandía / GTRES

La difunta reina era una figura de ortodoxia y estricto cumplimiento de las normas. Las formas y el protocolo, o la barbarie. El celo aplicado por la madre de Carlos tiene una justificación, no era una reina más, era LA reina. La más poderosa, la más carismática. La que parecía inmortal, eterna, destinada a enterrarnos a todos. Cuando llegó su hora y la corona acabó en su hijo, todo el mundo entendía que empezaba una nueva era, presumiblemente renovada, actualizada y más cercana. Parece que no será así, al menos por parte de Camila. La consorte se considera "la elegida de Dios", como todos los reyes y reinas que han ido pasando por el trono desde tiempos inmemoriales. Atención a la escena que protagonizó con Brigitte Macron, primera dama de Francia. Una situación incómoda, que roza la mala educación.

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Carlos III, Macron, Camila y Brigitte en Normandía / GTRES

Todo pasaba mientras la reina y la mujer del primer ministro francés colocaban una ofrenda floral en el monumento conmemorativo. Al depositar su ramo, Brigitte tendía su mano en dirección a su acompañante, en señal de afecto, de paz, de armonía. La inglesa no solo no respondía, es que evitaba tomar su extremidad como si estuviera sucia y apestara. Claro, la republicana obvió la costumbre de los royals británicos: nadie puede tocarlos. Está prohibido por el protocolo, sencillamente porque realmente piensan que provienen de una rama celestial. Durante unos interminables segundos, en los que la francesa queda descolocada ante la actitud arisca y pasivo agresiva de Camila, el espectador siente como se le revuelve el estómago. Muy violento todo. Que sí, que serán las normas de este tipo de círculos de poder, pero resulta anormal y pueril. Camila, baja los humos.

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Camila rechaza la mano de Brigitte Macron / X