La reina Letizia, desde que es reina, se ha empeñado en dar una imagen pública en sus actos, en los vídeos y en las comparecencias oficiales, de tirantez y control total. Todo en su vida y su manera de hacer parece guionizado y calculado al milímetro para no salir del guion y del control absoluto que quiere tener sobre todo y sobre todo el mundo. Rictus estirado, todo el mundo pendiente de sus órdenes y su familia, la primera. Felipe y las niñas, en casa, hacen lo que ella quiere. Especialmente, con respecto a la alimentación. Leonor y Sofía tienen terminantemente prohibido comer cualquier cosa que tenga que ver con una niña de su edad: ni dulces, ni chuches ni nada por el estilo. En su escuela de Madrid, donde todavía está la pequeña, están avisados. Y qué decir del plato estrella del menú en Zarzuela, la sopa de acelgas de aspecto turbio que, acompañada de las caras creepy de felicidad impostada de los padres y las niñas, todavía hacía más grima.
Pero por mucho que Letizia venda cuentos chinos, o en este caso, cenas healthies y de color verde, hay otra cara que no saca a pasear tanto como querría, pero que demuestra que no todo en su vida es una alimentación sana, pero aburridísima. De vez en cuando se deja ir y cuando se escapa de Zarzuela con alguna amiga, da rienda suelta a sus vicios culinarios. Y en este sentido, una cosa que la vuelve absolutamente loca, aunque no lo diga siempre que querría, es lo que pidió yendo a cenar con una amiga a un bar del barrio madrileño de Lavapiés un día que Felipe estaba ocupado. Lo explica El Español, que revela una visita gastronómica que dejó al propietario del local, el Restaurante Peyma, de pasta de boniato. Por mucho que la asturiana quiera pasar desapercibida, cuando fue al número 39 de la calle Embajadores, acompañada de una amiga y diez guardaespaldas, sorprendió al amo del restaurante. Y no por la comitiva, sino por lo que pidió. Se esperaban que pidiera una agüita mineral y alguna cosa como una parrillada de verduras o una cremita. Pero nada más lejos de la realidad.
Letizia, admiradora de la cocina hindú, italiana y el marisco, fue con una amiga, cuando todavía era princesa de Asturias, a un "bar castizo, con cocina de la de toda la vida" a comer cocina casera y "saltarse la dieta". Años después de aquella visita, el citado medio ha vuelto a hablar con el propietario del local, que recuerda como si fuera ayer la célebre visita que recibió y cómo todavía se pellizca por lo que le pidió la ahora reina española. Fue con una amiga periodista un día que Felipe estaba en una entrega de premios de la Vuelta Ciclista a España. Y aunque han pasado los años, "sigue en la memoria del dueño, que recuerda con precisión que las mujeres pidieron una ración de sepia y unas croquetas de la casa". De todas las opciones del bar, las croquetas son la especialidad de la casa, y a pesar de la fritanga, a la reina la vuelven loca y aquel día "disfrutó de un festín".
No nos extraña nada la petición de Letizia al propietario del local. Hace unos meses, la reina se puso las botas en otra salida de amigas en uno de sus rincones preferidos de Madrid, un local del centro de la capital española, en el barrio de Malasaña, donde va a menudo con las íntimas, La Gastro de Chema Soler, en la calle del Barco, donde uno de los platos estrella son, ¡bingo!, las croquetas. En uno de los pequeños saloncitos situados en el fondo del restaurante, un espacio muy discreto al lado de la cocina decorado con muebles de estilo provenzal, Letizia y sus amigas fueron a degustar pequeñas delicatessen rebozadas por fuera y blanditas por dentro que la hacen salivar. ¿Sus preferidas? Las de carabinero, las de sepia y una variante del local que hace poner los ojos como naranjas así, de buenas a primeras, una combinación, a priori, sorprendente: croquetas de magdalena, servidas con fondue de chocolate... Desde aquí una petición a los restauradores y chefs de Madrid: si alguna vez Letizia les pide una aberración como croquetas de acelgas, envíenla a freír espárragos... o a freír croquetas.