Uno de los libros imperdibles que pueden encontrar en las librerías estos días es la obra póstuma de Carlos García-Calvo sobre la reina Letizia:
Un abecedario de la A a la Z que desgrana la vida y milagros de la monarca, con algunos pasajes muy curiosos sobre su día a día. Su relación con el alcohol, con los idiomas o con sus amigas. Y mucho más. Una serie de entradas a cuál más curiosa sobre diferentes aspectos de Letizia desde que conoció a Felipe hasta ahora que pasea la corona allí donde va. Y donde va, no siempre ha dejado a sus seguidores satisfechos.
Explica el autor del libro dos hechos que van ligados de la mano sobre esta voluntad enfermiza de la reina de ir haciendo de trilera y de llevar su bienquedismo hasta las últimas consecuencias. Leemos en la "F" una palabra: Faralaes. El tradicional traje de volantes propio de las mujeres andaluzas que Letizia se niega a llevar una y otra vez. Para muchos, una falta de sensibilidad de la reina hacia toda una comunidad autónoma. Hay quien dice que Letizia no se viste de flamenca porque si no, tendría que vestirse con el resto de vestidos regionales del país. Pero sorprende ver a Máxima de Holanda así, y no a la reina de los españoles.
García-Calvo tiene una teoría: "A muchos españoles y, sobre todo, esos andaluces que la han vitoreado en sus visitas, les encantaría ver a doña Letizia vestida con un maravilloso traje de gitana paseándose por el Real de la Feria de Sevilla. Desgraciadamente, a la Reina las manifestaciones de folclore nacional no parecen interesarle mucho, y la verdad es que no la vemos batiendo palmas en una caseta o arrancándose a bailar por bulerías". La reina pasa de folclore patrio y de según qué regalos. Porque tal como se lee en la "R", el autor revela cuál es el regalo más envenenado que le han hecho nunca.
Un regalo de lujo que generó una situación tensa: "La edición española de la revista Elle decidió encargarle a un grupo de diseñadores españoles que realizasen lo que a su juicio era el vestido, traje de noche o conjunto ideal para la entonces flamante Princesa de Asturias y enviárselo, luego, como regalo". Un obsequio incomodísimo para alguien como ella: "si doña Letizia decidía ponerse uno o tal vez dos e ignorar los demás, los gritos de furia de los autores de la ropa desechada se escucharían en todos los confines de la Tierra, no solo en España. Ya se quejaban bastante de que la Princesa llevaba exclusivamente lo que salía del taller de Felipe Varela, un diseñador al que habían ninguneado todos ellos cuando había desfilado en Cibeles. Por lo tanto, aquello parecía una indirecta para que ampliase su abanico de suministradores".