Vaya semana, la de la reina Sofía. Cuatro eventos en 7 días, un no parar. La griega asistió a la misa funeral en memoria de su hermano Constantino II, celebrada en el castillo de Windsor, y en la que volvió a ver de cerca a su marido ausente Juan Carlos. Pero no demasiado: lo abandonó para ocupar un espacio en primera fila, del brazo de su hermana Irene, la 'Tía Pecu'. De allí saltaría a Palma, ciudad que conoce muy bien como principal ocupante del palacio de Marivent, o por sus peleas públicas con su nuera Letizia. Le daban la Medalla de Oro, y su discurso de agradecimiento se convertía en un ridículo estrepitoso: escucharla hablar en castellano fue una vergüenza. El idioma de cuyo reino ha estado chupando desde hace décadas. Hay turistas que acaban de aterrizar en Fuengirola desde los Midlands ingleses que dominan mejor la lengua.

La vuelta a Madrid se suponía tranquila, pero la muerte de Fernando Gómez-Acebo cambiaban el paso a unos planes que incluían su auténtica pasión, aparte de ser reina, el esoterismo y soportar cuernos y humillaciones constantes: la música. La emérita pasaba por el funeral de su sobrino, con cara de amargura, aunque en sintonía con otros nombres ilustres de la Familia Real: se le pasaba rápidamente. Muy sonriente la veíamos, hace unas horas, presidiendo la entrega de los Premios Iberoamericanos del Mecenazgo. Un plomo, con perdón, pero que le ofrecía algo de todo eso con lo que se evade.

Sofía en el ballet / GTRES

El acto de distinciones incluía una representación de ballet y la actuación de Maridalia Hernández, una cantante dominicana que formó parte del mítico grupo 440, que acompañaban a Juan Luis Guerra. No sabemos si la emérita tenía los cassetes de 'Ojalá que llueva café' o el más libidinoso 'Quisiera ser un pez': nos extrañaría, porque ella es más de clásica y no demasiado ritmo. La artista interpretó una serie de piezas y, por lo que dicen las crónicas, el público de la sala quedó entusiasmado. La primera, la reina. Como una fan desatada, acabó el recital levantándose de la silla y aplaudiendo con ganas, incluso exigiendo un bis para acabar de complacer su melomanía. "Otra, otra," se oía en el auditorio. En su caso, sería "otga, otga," con su acento de expat.

Maridalia Hernández, evidentemente, cumplió con los deseos de la royal y del resto de los presentes. Lástima que no vendiera camisetas y discos en un puesto en la puerta de la sala, como pasa en la mayoría de los conciertos a los que vayos los mortales: esta versión de la griega nos divierte más que su conducta habitual. Lo que está claro es que ya sabemos como combate Sofía los embates de la vida: se pone la música a todo volumen y "ni siente, ni padece". Como una adolescente pasota. Es su truco.