La Navidad de 2023 será, de largo, una de los más incómodas y enrarecidas de las que han vivido en Zarzuela. El malestar ataca desde varios frentes. Juan Carlos ya no es la única oveja negra y fuente de escándalos: ahora son los reyes en ejercicio, Felipe y Letizia, los que acaparan las miradas y los cuchicheos. Jaime del Burgo, en colaboración con Jaime Peñafiel, ha destapado la caja de los truenos. Tronos, rayos y granizo del tamaño de un balón de baloncesto: el titular de Letizia infiel al rey con su excuñado es demoledor. Todo el mundo retratado: como bien reza el dicho, 'aquí el más tonto hace relojes'... o tiene una aventura extramatrimonial. La señalada es Letizia, pero claro: ¿habrá nuevas bombas? Llega un momento que ya te puedes esperar cualquier cosa. Papá Noel y sus regalitos son inescrutables.
Sin embargo, la que no es inescrutable es la otra reina, la emérita. Sofía de Grecia hace décadas que se ha convertido en una persona totalmente previsible. Ha permitido, perdonado y consentido todos y cada uno de los escándalos de faldas de su marido, nunca se ha divorciado por intereses espurios, y además su juego ambiguo haciendo ver unidad familiar es patético. La realidad es que cada día está más sola, arrinconada, incluso irrelevante para sus supuestos incondicionales, como la nieta Victoria Federica. Y por otra parte, la situación de su hermana Irene, la Tía Pecu, y la pérdida de su hermano Constantino. Vaya panorama. Ahora bien, por mucho que llueva, la señora sigue a la suya. Y en Zarzuela lo saben bien.
Este fin de semana la griega ha inaugurado la Navidad. Lo explica Vanitatis, haciéndose eco de la "reunión anual secreta" que se ha llevado a cabo en un restaurante próximo a palacio. Se trata de una comida de hermandad de los trabajadores de Zarzuela, y a la que año tras año asiste la emérita sin que nadie la invite. "Lo hace por petición propía", un eufemismo para decir que lo hace porque le da la real gana. Sofía llega con su escolta, puntual y con la lección aprendida. Y en menos de una hora se marcha, sin comer un bocado. Saluda a todos y cada uno de los comensales, los trata por su nombre y apellido, pregunta por la familia, y ea, para casa. La suya es una visita para marcar paquete, no para confraternizar en exceso. Sin pasarse. Que una es reina y los otros no.
El digital detalla que "se marcha al palacio de nuevo para dejar que sus empleados celebren la fiesta sin su presencia, consciente de que puede intimidarles". Si no quisiera intimidar, no iría. Cualquier otra cosa que no sea su ausencia ya es una manera de apretar al personal de la Casa Real, por mucho que se subraye que "es una mujer atenta y pendiente de todo el mundo, muy querida por todos porque lo hace sin estar obligada y es la única, además, que tiene estas atenciones con los trabajadores". No los deja en paz. Dice la crónica que este año dio instrucciones a sus guardaespaldas de llevarla a casa y que no se preocuparan, que no volvería a salir. Así "deja la noche libre" a los escoltas, cosa que se considera como un gesto magnánimo de la monarca. En definitiva: lógica borbónica, ilógica empresarial.