Esto del retorno de Juan Carlos de Borbón es como deshojar una margarita mientras preguntas: "¿Me ama? ¿No me ama?". Vaya, que cada día la cosa cambia según evolucionan las investigaciones sobre sus escándalos económicos. Un día lo tenemos sentado en un jet privado con una copa en la mano en dirección Madrid, y al siguiente vuelve a estar supuestamente deprimido, triste y aburrido en su jaula de oro de los Emiratos Árabes. Hemos perdido la cuenta de las veces que, según los medios afines y su entorno más próximo, el emérito estaba a punto de pisar España como un triunfador. Estamos a 11 de enero de 2022, y de verlo por Madrid, ni rastro. Y ya son 16 meses y dos cumpleaños lejos, muy lejos. Cada vez más.
El principal motivo que bloquea su viaje de vuelta es que las más altas esferas del Estado no lo quieren ver ni en pintura. Es un hombre que incomóda, está amortizado y sólo puede traer más dolores de cabeza. ¿A quién? Pues por una parte al gobierno de Pedro Sánchez, pero también y muy significativamente a su hijo y rey Felipe. La sombra de Juan Carlos es perjudicial para la salud de la institución, y el monarca no quiere jugar con las cosas de comer. Felipe hizo que se marchara, y Felipe es quien lo veta. Y por mucho tiempo que haya pasado desde aquel agosto de 2020, lo sigue considerando un elemento tóxico. Una maniobra desesperada para salvar los muebles que no complace a todos los fans monárquicos. La rama juancarlista no le perdonará nunca la afrenta, como Cayetana Álvarez de Toledo a Manuela Carmena por otros Reyes, los Magos. El líder mediático de este batallón es muy conocido: el veterano periodista y especialista en temas reales, Jaime Peñafiel.
Porque sabemos que Jaime es periodista, porque si no se pensaría que es abogado y se dedica a la defensa de los intereses de su ídolo caído. De su pluma nacen textos demoledores contra el hijo Felipe, pero también contra la detestada Letizia e incluso contra la mujer Sofía, a la que siempre reprocha lo mismo: si sufriste tanto por la vida extramatrimonial de Juan Carlos, ¿por qué no lo dejaste? ¿Por qué no te has divorciado? Una forma de llamarle aprovechada y cobarde, porque sin su matrimonio con el Borbón hubiera perdido muchas más cosas que un marido infiel. También un estatus a todos los niveles. Peñafiel pone el argumento de tanto a tanto sobre la mesa, como ha hecho en Las Repúblicas: "Ha cerrado los ojos ante ciertas conductas, creándose un mundo propio donde no puedan herirla los avatares de la vida en común, no solo con su caso sino también con su nuera, su hijo y sus nietas. El silencio que mantiene ante lo que está sucediendo en su vida, sin quejarse jamás y sin explicarse tiene varias lecturas y ninguna buena".
El escritor la acusa de no haber tenido nunca las narices de largarse o de mandarlo a hacer puñetas, como sí ha hecho Felipe en una situación dramática para la Casa Real. "Prefiere arrastrar su dignidad herida de mujer engañada y maltratada públicamente". No le perdona que, cuándo el hijo echa al padre, "Sofía se fue de compras al Corte Ingles de Palma, como si aquel drama no fuera con ella, cuando hace dos años que ni habla ni ve a quien todavía es su marido". Hombre, tampoco sería de extrañar, ¿verdad? Las cosas no han cambiado nada desde que no está físicamente: el rosario de amantes sigue aumentando. Incluso aseguran que una de ellas, Marta Gayá, le acompaña a Abu Dabi. La humillación continúa. Por todo eso se entiende la posición que mantiene sobre su retorno. Jaime Peñafiel es rotundo: "Lo sé". ¿Qué sabe? Pues que, si fuera por ella, el Borbón no vuelve a España en vida. "Sé que ni desea su vuelta". Es una de las malas de la película, a la par de "su nuera, la mayor enemiga que el emérito tiene en Zarzuela, junto conoJaime Alfonsín, el jefe de la Casa de su Majestad y la persona que, el 3 de agosto de 2020, le informó en presencia de Felipe VI que tenía que abandonar la casa y el país".
Este deseo, o mejor dicho, no deseo, hace que la comida con las hijas Elena y Cristina el día del cumpleaños de Juan Carlos adquiera una nueva dimensión. La de una bofetada en toda su real cara. La guerra interna sigue tan viva como el primer día.